Ciencias Sociales

De padre de ‘cheque’ a ‘padre ejemplar’1. Relación entre padres michoacanos, migrantes laborales temporales, y sus hijos

From ‘check-writing dads’ to ‘exemplary fathers’. Relations among parents in Michoacán, seasonal labor migrants and their children

Elizabeth Juárez Cerdi
Colegio de Michoacán, México

De padre de ‘cheque’ a ‘padre ejemplar’1. Relación entre padres michoacanos, migrantes laborales temporales, y sus hijos

NÓESIS. REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES, vol. 25, núm. 50-1, Esp., pp. 19-38, 2016

Universidad Autónoma de Ciudad Juárez

Recepción: 18 Febrero 2016

Aprobación: 29 Septiembre 2016

Resumen: En el presente documento se presenta un acercamiento cualitativo, exploratorio, sobre la interacción que se está generando entre padres, migrantes laborales temporales, originarios de poblaciones rurales en el estado de Michoacán, y sus hijos; tanto durante su estancia en el extranjero, como a su regreso al lugar de origen. El acercamiento se da desde la visión de los propios actores sociales que hablan de su búsqueda de satisfactores a sus necesidades materiales de subsistencia, de sus comportamientos, y de los sentimientos y emociones que se recrean en las interacciones familiares, cuando se está presente en el hogar, o de aquellas que se dan en su ausencia. Los datos etnográficos se obtuvieron en entrevistas realizadas a trabajadores agrícolas que son contratados para trabajar temporalmente en Estados Unidos (con las visas H2-A) o en Canadá (en el PTAT).

Palabras clave: migración laboral, paternidad a distancia, Michoacán, PTAT, visas H2-A.

Abstract: This document presents a qualitative and exploratory approach to issues related to the interaction generated among parents, seasonal labor migrants from rural populations in the state of Michoacán (western Mexico), and the latter’s children, during both the periods when migrants are away working in the United States or Canada, and when they return to their places of origin. The research captures this interaction from the perspective of the social actors themselves who spoke of their efforts to provide for their families’ material and subsistence needs, as well as their own behaviors, sentiments and emotions recreated through family interaction when they are present in the home, or those that arise when they are absent. The ethnographic data were obtained through interviews with agricultural workers contracted to work seasonally in the U.S. (on H2-A visas) and Canada (in the PTAT Program).

Keywords: labor migration, long-distance paternity, Michoacán, PTAT, H2-A visas.

Introducción

La información vertida en este documento es parte de una investigación mayor sobre migración laboral internacional controlada, y se obtuvo vía relatos, historias de vida, y entrevistas a profundidad, dirigidas por un guion temático en el que el eje central estaba en la experiencia de los michoacanos que van contratados a Canadá dentro del Programa De Trabajadores Agrícolas Temporales (PTAT) y al sector agrícola de Estados Unidos con las visas H2-A. Sin embargo, cuando los entrevistados hablaron sobre los cambios que se presentan en su familia, emergieron sus sentimientos y emociones como padres. Y aun cuando tienen varios años yendo a trabajar al extranjero, tanto ellos como sus hijos resienten el alejamiento del núcleo familiar. La información obtenida en las entrevistas sobre este tema era muy rica y mostraba una faceta masculina que pocas veces se aborda en los estudios de migración laboral, por lo que en el presente documento se presenta un acercamiento exploratorio[3], a partir de datos etnográficos, sobre la interacción que se está generando entre padres, migrantes laborales temporales, originarios de poblaciones rurales, y sus hijos; tanto durante su estancia en el extranjero, como a su regreso al lugar de origen.

El acercamiento es cualitativo y no pretende llegar a generalizaciones sobre como ejercen la paternidad a distancia los michoacanos, trabajadores internacionales, sino presentar sus “sentires”, pensamientos y comportamientos con sus hijos. Por ello, se aborda el tema desde la visión de los propios actores sociales que hablan de su situación económica, de la búsqueda de satisfactores a sus necesidades materiales de subsistencia, de sus comportamientos, y de los sentimientos y emociones que se recrean en las interacciones familiares, cuando se está presente en el hogar, o de aquellas que se dan en su ausencia. También se platicó informalmente con las esposas de estos trabajadores y con algunos de sus hijos.

En primer lugar se presenta un resumen sobre el proceso de movilidad laboral de los mexicanos; enseguida se habla brevemente de las características de los lugares de origen de los trabajadores entrevistados. Esto es con la intención de dar algunos elementos que funjan como un telón de fondo que permita destacar las condiciones estructurales en que se da la migración de los entrevistados. Posteriormente se presentan los fragmentos de cuatro entrevistas que permiten ejemplificar cómo algunos padres migrantes se están relacionando con sus hijos, lo que sienten, los cambios en las relaciones e interacciones entre ellos, y los elementos que entran en juego para apuntalar éstos.

1. Migración Laboral

La movilidad laboral de mexicanos hacia Estados Unidos es un fenómeno continuo y de larga data; algunos autores como Papademetriou et al. (2007) y González (1993:209, cit. En Durand 2000) lo ubican a mediados del siglo xix, otras fuentes mencionan que se presenta a principios del siglo xx (CONAPO 2012). El flujo se vio interrumpido de 1929-1934, durante el periodo de la Gran Depresión norteamericana, en el que fueron deportados 423 046 mexicanos (Hoffman 1974:175, cit. En Alanís 2005). Para la década de los años 40, debido a la participación de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial hubo escasez de mano de obra en el mercado laboral norteamericano, por lo que el gobierno de ese país acordó con su similar en México, la contratación de trabajadores, bajo el llamado programa Bracero que inició en 1942 y concluyó en 1964 (Alanís, 2005). A partir de 1965 el gobierno norteamericano buscó controlar la entrada de mexicanos que continuaban llegando a trabajar de manera indocumentada, implementando una serie de medidas restrictivas como los operativos de control y la militarización de la frontera entre México y Estados Unidos. Empero esas medidas no fueron un impedimento para que miles de mexicanos siguieran yendo a ese país a buscar trabajo. En 1970 de nuevo la movilidad de mexicanos hacia Estados Unidos cobró relevancia por el número de los que migraron. Inicialmente eran varones en edad productiva, con baja escolaridad, casados (y en menor número, solteros), de origen rural provenientes de los estados del centro-occidente del país (Michoacán, Jalisco, Zacatecas, San Luís Potosí y Guanajuato), los que cruzaban la frontera, con y sin documentos (Durand et al., 2001). Posteriormente se fueron integrando al flujo migratorio hombres y mujeres provenientes de casi todos los estados de la República Mexicana, con distinto estado civil, edad y grado de escolaridad. Durante varias décadas, la movilidad de los mexicanos con “papeles” hacia Estados Unidos fue circular y por periodos cortos, para posteriormente, regresar a su lugar de origen. Los que ingresaban de manera indocumentada tardaban años en regresar a su hogar, y un número significativo ya no regresaba (Portes et al., 2003). En 1974 también inicia la movilidad laboral de mexicanos por contrato del PTAT hacia canadá (Binford, 2002).

En la década de los años 90 se da la apertura de México a la economía internacional, a través del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), se presentan varias crisis financieras y la devaluación del peso, por lo que se agudizan los problemas económicos, políticos y sociales del país. En este periodo un mayor número de mexicanos se va en busca de oportunidades laborales y de vida a Estados Unidos. El proceso migratorio se facilitó gracias a las redes familiares y sociales de los migrantes, iniciadas en periodos previos, y que con el tiempo se fueron consolidando (García, 2003). De 2008 a la fecha, ha disminuido el flujo de mexicanos que se dirigen a estados unidos de manera indocumentada; esto se da en un contexto político y social adverso a la migración procedente de méxico, de la falta de una política migratoria clara y, en gran medida, de la recesión económica de ese país que se vio reflejada en el número de empleos disponibles y en las condiciones laborales, sobre todo aquellas para la población migrante (Massey et al., 2009). Por otra parte, durante esas décadas aumentó el número de los mexicanos que migran de manera regulada con un contrato temporal de trabajo, tanto a Estados Unidos como a canadá (Durand, 2007). La movilidad laboral de mexicanos a los países del norte se ha visto alentada por los mercados de trabajo abiertos por grandes centros económicos y de producción a nivel mundial, que demandan una gran cantidad de mano de obra temporal, no calificada y descartable.

Varios estudios sobre la expansión económica actual a nivel mundial mencionan que la movilidad humana es una parte importante del proceso de globalización; en éste, a decir de Iani (1996), se da el rápido crecimiento económico y desarrollo social de unos países en detrimento de otros, acentuando la carencia, pobreza y subdesarrollo en que estos últimos viven. Por ello, los países desarrollados se convierten en un fuerte atractivo para los habitantes de aquellos que están en vías de desarrollo, que buscan oportunidades laborales y de mejorar sus condiciones de vida. Ante esto y en un afán por regular el ingreso a su territorio, los países de atracción migratoria han buscado establecer distintos mecanismos para controlar la movilidad; uno de ellos ha sido la migración laboral controlada por periodos acotados y específicos de tiempo (que varían según las necesidades de los sectores productivos en que deberán insertarse los migrantes), a través de los programas de trabajadores huéspedes, como es el caso del PTAT en Canadá, o por medio de permisos de trabajo temporal para extranjeros, como hace Estados Unidos a través de las visas H2-A y H2-B.

1.1. Trabajadores Temporales Agrícolas con Visas H2-A[4].

Este tipo de visas se crearon para permitir la entrada a Estados Unidos de trabajadores extranjeros que laboran por tiempo específico en la agricultura. Para que éstas se otorguen, un patrón o las corporaciones de agro-negocios deben presentar una solicitud[5], argumentando la carencia en su localidad y en la región[6], de mano de obra disponible o dispuesta a realizar las actividades que requieren (Wassem y Collver, 2001). En varias regiones de Estados Unidos, el éxito de la producción agrícola depende en gran medida de los trabajadores migrantes. Según el informe del Departamento del Trabajo Norteamericano, 75% de esa fuerza laboral es mexicana[7], la mayoría proveniente de los estados de migración tradicional: Guanajuato, Michoacán y Jalisco (Carroll et al., 2005). La contratación a través de las visas H2-A conlleva un sistema de flexibilidad laboral objetivada en una serie de prácticas sociales y legales, dominadas por relaciones de desigualdad de poder, en donde el trabajador queda en los márgenes de la normatividad laboral, siendo vulnerable por ser temporal, extranjero y trabajador no especializado que se inserta en el sector agrícola, que aun siendo importante para la economía norteamericana, es donde se pagan los salarios más bajos.

1.2. EL PTAT

El Programa de Trabajadores Agrícolas Temporales[8] se creó en Canadá en 1966, como una solución a corto plazo para satisfacer la demanda de mano de obra en la agricultura canadiense. El primer país que formó parte de este programa fue Jamaica. En 1974 se integra México con 203 trabajadores, gracias a la firma de un Memorando de Entendimiento con Canadá; mediante éste se autorizaba el empleo temporal de trabajadores agrícolas mexicanos por un periodo de 3 a 8 meses. La mayor parte de los trabajadores mexicanos son empleados en Ontario donde se concentra gran cantidad de empresas agrícolas de escala industrial (Binford, 2002; Vanegas 2001). Según datos de la Secretaria del Trabajo, de 1974 a 2004 han participado 134,518 mexicanos en el PTAT.

El PTAT es visto como un programa de “migración controlada”; administrado por el Ministerio de Recursos Humanos y Desarrollo de Competencias de Canadá (HRSDC)[9] y la Secretaría del Trabajo y Previsión Social en México[10]. Es una movilidad laboral, legal, internacional, temporal, individual y voluntaria (Arana et al., 2009), y por lo tanto sujeta a normatividades y vigilancia de parte de los países involucrados. En la parte canadiense, el HRSDC establece la lista de empleadores, el número de los trabajadores que se solicitarán, las condiciones de vivienda y de trabajo y el salario que percibirán los contratados[11].

Cabe destacar que el ritmo de trabajo en que se insertan los migrantes, bajo ambos tipos de contratación laboral temporal, es agobiante y de mucha exigencia; con horarios y salarios que los trabajadores nativos suelen no aceptar. Aunado a ello, su movilidad física está restringida al lugar de trabajo (granjas ubicadas en las afueras de los poblados), a la vivienda que habita junto con otros trabajadores contratados (y que generalmente está ubicada en las inmediaciones del lugar de trabajo) y al poblado más cercano al que van semanalmente a comprar sus despensas y a enviar dinero a sus familias. Su interacción social se concreta, muchas veces, sólo a sus compañeros de trabajo y a los managers/capataces. Es decir, son trabajadores migrantes invisibilizados por su aislamiento geográfico, lingüístico (muy pocos hablan inglés) y cultural. En estas condiciones, se acentúa la necesidad de estar en continua comunicación con sus referentes culturales y afectivos.

2. El contexto en el lugar de origen

Las localidades de origen de los migrantes entrevistados son caracterizadas como rurales, se ubican en la Ciénega y en el Bajío, en el estado de Michoacán. Son dos regiones que han vivido diversos procesos económicos que van de la existencia de una economía campesina de subsistencia a la agricultura de exportación en la que gran parte de sus habitantes se han insertado como asalariados. Los migrantes internacionales laborales por contrato, que han sido entrevistados han desempeñado, antes de migrar y durante el tiempo que media entre un contrato y otro, diversos trabajos en sus lugares de origen, sea como jornaleros agrícolas, albañiles, jardineros, panaderos, choferes, empleados en algún comercio; o si son propietarios de un pedazo de tierra cultivable, siembran algún producto que no signifique una gran inversión (maíz, frijol), o si lo hacen “a medias”, cultivan cebolla o garbanzo.

En las regiones de origen de los entrevistados existe una cultura migratoria con la que ellos se han familiarizado, pues la han vivido desde niños, sea con su propio padre, con algún familiar cercano o con conocidos en el mismo pueblo; y que los ha socializado con la idea de un proyecto de vida que implica desplazarse de un lugar de origen a otro de destino, con la información de cómo hacerlo y con las redes que se han formado y que son necesarias para hacerlo (Marroni, 2006). Esta socialización ha germinado en el terreno fértil de las necesidades e insatisfacciones materiales, de los anhelos personales por cambiar su situación socio-económica, y de las imágenes del “norte” que son promovidas por las experiencias sociales de sus coterráneos como de los medios masivos de comunicación; necesidades e insatisfacciones a las cuales “las instituciones sociales de su grupo (...) No dan satisfacción” (Elias, 2000:167).

Aun viviendo inmersos en una cultura de la migración, varios de los entrevistados, cuando hablaban de su experiencia como trabajadores temporales en el extranjero, expresaban sentimientos ambiguos con respecto a su partida y ausencia del núcleo familiar; pues a la par de verla como una “gran” oportunidad de trabajar, de trasladarse de manera segura, de entrar a un país del “norte” de manera legal y documentada, y de mejorar sus condiciones de vida, consideraban que durante el tiempo que están en el extranjero también pierden, pues dejan de compartir experiencias importantes en la vida y el desarrollo de sus hijos. Para algunos de ellos, la idea de la ausencia paterna también era una referencia a su propia niñez, ya sea porque su progenitor también fue migrante (durante el programa bracero y/o indocumentado) por lo que pasó muchos años sin verlo, o porque el mismo carácter de su padre no permitía un acercamiento afectivo o de comunicación, que era, del mismo modo, una forma de “estar ausente” en la vida de su hijo. Para Carrillo y Revilla “la ausencia del padre no necesariamente tiene que ser física, sino que es también el resultado de una mínima intervención de éste en la crianza y el cuidado de los hijos” (2006:116).

La movilidad por contrato en que ahora están participando los padres entrevistados, es una migración circular; es decir, están en el extranjero durante unos meses, regresan a su lugar de origen por un corto tiempo y, si son contratados de nuevo, vuelven a migrar temporalmente. De tal forma que pueden tener varias partidas y varios regresos a su hogar. Con el paso del tiempo, este ir y venir de la movilidad circular puede no solo trastocar el sentir, estar y vivir del migrante, también la de sus hijos y su pareja. Para ribero si este tipo de movilidad se prolonga por varios años debido a la misma dinámica laboral, lleva al migrante a vivir “una ambigüedad permanente, es decir, la pérdida de referencias, de pertenencias fijas y estables, la necesidad de asumir que la vida se desarrolla al menos en dos escenarios, cultural, social, política y económicamente contrastantes” (Ribeiro, 2003:170, citado en Marroni, 2006).

Aun con la posibilidad de que las repercusiones que conlleva la movilidad internacional circular las vivan los miembros de su familia, los migrantes aceptan trabajar lejos de su hogar. Argumentan que la razón principal que los llevó a tomar la decisión de ingresar temporalmente en el mercado laboral en el extranjero fue el paulatino deterioro de su nivel de vida, que han estado enfrentando de manera más notoria a partir de la década de los años 90, y la incertidumbre que tenían como proveedores, de poder contar con los recursos económicos suficientes que les permitieran sostener a su familia y brindarles un mayor bienestar en cuestiones materiales, educativas y de salud (un entrevistado mencionó que para él también era importante, poder ofrecer a sus hijos la posibilidad de acceder a formas de diversión y esparcimiento).

Así, la salida del país se les presentaba como “una buena oportunidad” en cuestión de empleo y salario que les permitiría, después de satisfacer sus necesidades inmediatas, poder ahorrar, mejorar la casa que ya tenían o comprar una vivienda, costear un mayor nivel educativo a su hijos/as, y en caso de ser posible, abrir un negocio que sea un apoyo a la economía familiar[12]. En aras de ir logrando estas metas los entrevistados enviaban gran parte del salario percibido en el extranjero, a su esposa. Así, las remesas que se envían a la familia tienen, desde antes de partir, un objetivo y están ligadas a los anhelos de los miembros de ésta; pero también, de una forma, están reflejando la satisfacción del padre de familia que siente que con su trabajo en el extranjero puede dar mayor bienestar a su familia y evitar que sus hijos y la esposa enfrenten circunstancias adversas, en el presente o en un futuro, en cuestiones de alimentación, educación y salud.

3. Paternidad a distancia

Varios estudios sobre familia y migración (Herrera, 2004, 2009, 2012; Ruiz, 2002; Pedone, 2005, 2006) han señalado que los cambios al interior de la familia y en la relación con los hijos serán distintos dependiendo cuál de los padres se va a trabajar al extranjero; que la migración laboral femenina tiene un impacto más evidente en el núcleo familiar, que la movilidad del padre; más aún cuando se trata de una madre que es, a la vez, cabeza de familia. Hondagneu-Sotelo y Ávila (1997), Marroni, (2006), Ariza (2000), Herrera (2004, 2009, 2012) y Gregorio (1998) han destacado que cuando la madre es la que migra se sigue manteniendo en la distancia el vínculo con sus hijos, a este hecho se le ha llamado maternidad trasnacional, que es definida como “un circuito de afecto, cuidado y apoyo/soporte financiero que trasciende las fronteras nacionales (Hondagneu-Sotelo y Ávila, 1997:550). Sin embargo, cuando nos acercamos a la forma en que se ejerce la paternidad a distancia no necesariamente se encuentran en la práctica los elementos mencionados por Hondagneu-sotelo y ávila en su definición, pues muchas de las veces, durante el tiempo en que el padre se encuentra fuera de su lugar de origen, el vínculo entre éste y sus hijos se ve desdibujado y la relación filial se refleja solamente, o de manera evidente, en el compromiso económico del envío de remesas, que es un factor importante en la reproducción social de las familias con niños pequeños o en edad escolar, de muchas de las localidades rurales de donde proceden los migrantes contratados.

La práctica por parte de los trabajadores migrantes, de enviar remesas y establecer algún tipo de comunicación a distancia, se daba desde el tiempo del programa bracero (Masey y Luang, 1989), pues además de ayudar a las familias en su manutención, se buscaba reproducir las relaciones familiares “desde lejos”, aunque esto no necesariamente significaba que se diera un mayor acercamiento emotivo por parte del padre. Este tipo de situaciones llevó a algunos autores a hablar de los “padres de cheque” (Mummert, 2005) haciendo referencia a que la paternidad a distancia se materializaba principalmente en el papel de proveedor del jefe de familia con el envío regular de dinero para sufragar los gastos de manutención de sus hijos, sin un mayor involucramiento en su crianza o en la demostración afectiva hacia ellos.

Cabe señalar que esta situación no es privativa de México ni de los padres migrantes, estudios como el de Engley Breux (1993, cit. En Rojas, 2008) mencionan que el papel desempeñado por los hombres estadounidenses como padres ha pasado por varias etapas, entre ellas hay dos que se siguen observando en las localidades rurales estudiadas en michoacán: una es la del padre como vigilante moral (tanto de la conducta de los hijos como de la esposa); la otra es la del padre como proveedor distante (Rojas, 2008:56).

Aunque mucho de lo anterior se sigue reproduciendo en los contextos rurales, ha habido algunos cambios en la relación e interacción entre padres migrantes y sus hijos; cambios que no es posible entender sin considerar las transformaciones que se han dado en la recomposición de las relaciones, la redistribución de las tareas y roles al interior de la familia debido a la dinámica que se genera por la movilidad interna e internacional y la participación en mercados laborales globalizados de varios de los miembros de la familia.

Ahora bien, otro tipo de acercamiento para poder entender los cambios que se están dando en la interacción entre los padres migrantes michoacanos entrevistados y sus hijos es el que considera también la parte social y cultural implicada en la crianza de los niños. En este sentido Palomar utiliza el concepto “maternaje” para ubicar el trabajo de la madre y “paternaje”, para el del padre. Estos conceptos hacen referencia “al trabajo socialmente necesario que implica el cuidado, la atención y educación de los infantes” (Palomar, 2007:197), a esto agregaría, también llevar a cabo acciones que permiten establecer/ mantener/reproducir un vínculo afectivo. A partir del planteamiento de Palomar, cabría preguntarse si ¿el cambio que se está observando en el tipo de interacción entre padres migrantes y sus hijos podría ser indicio del comienzo, o transición, de un tipo de paternidad a otro de paternaje? Sin buscar generalizar, ni hacerlo valido para todos los entrevistados, ni para todas las acciones de éstos, en los extractos de cita que se presentan abajo se pueden observar algunos indicios de esa transición. Sin embargo, es necesario el seguimiento de estas familias de migrantes durante un periodo más amplio de tiempo para poder tener más elementos que permitan responder esa pregunta.

Es importante también mencionar que en los cambios en la interacción entre padres e hijos, como veremos más adelante, la tecnología actual ha jugado un papel importante ya que posibilita una mayor y más fácil comunicación entre ellos gracias a teléfonos celulares (que ofrecen llamadas, mensajes de texto, y con algunas aplicaciones, la comunicación textual o de voz casi inmediata), computadoras e internet (que facilitan la comunicación virtual cara a cara por Skype o a través de mensajes de correo electrónico). Tecnología que en el caso de los entrevistados, los hijos (niños/adolescentes) saben usar y en la que han tenido que instruir a sus padres antes de irse a trabajar al extranjero, para que se familiaricen con los aparatos y sistemas de comuni- cación. Éstos representan un tipo de conocimiento en el que los hijos son más hábiles y que los trabajadores migrantes han tenido que aprender de ellos, invirtiéndose con esto la trayectoria tradicional de transmisión de saberes que se daba con los progenitores de décadas anteriores que les enseñaban a sus hijos las habilidades necesarias para tener un buen desempeño laboral y personal en contextos rurales.

A través de los aparatos y nuevos sistemas de comunicación, los padres se “hacen presentes” ya que pueden hablar con sus hijos más seguido, a bajo costo, de temas de la cotidianidad (sobre lo que les ha pasado en la escuela, problemas con su mamá o los amigos), pero también son utilizados para llamarles la atención si su conducta no ha sido la esperada o adecuada. En esto último cabe subrayar que, a diferencia de lo que sucedía en generaciones anteriores, la de los padres de los entrevistados, los golpes son usados cada vez menos en el proceso de “formar” y educar a los hijos, como se destaca en el siguiente fragmento de entrevista:

Me acuerdo de cuando yo era niño y como me trataba mí papá (...). A mí no me gusta pegarles [a mis hijos] cuando estoy acá y [ellos] hacen algo malo; yo digo que los golpes no educan, nada más van creando resentimientos en los hijos. Cuando estoy allá tampoco me gusta estarlos regañando, porque yo pienso, “no estoy con ellos para estarlos guiando”, por eso mejor trato hablar mucho [con ellos], de darles consejos. (E. T., 40 años, fue migrante laboral indocumentado por cuatro años en estados unidos; posteriormente se fue a canadá bajo el PTAT, en el que lleva dos temporadas trabajando)

Para este migrante la figura paterna que recuerda, más que verla asociada a muestras de afecto, la relaciona a castigos o golpes. Algo similar a lo que destaca el informe Hite (1981), donde se menciona que la mayoría de los hombres de mediana edad no recuerda haber tenido en sus padres (varones) seres próximos, ni de haber sido abrazados o mimados por ellos; en cambio, si recuerdan cómo les pegaban o castigaban (informe citado en Carrillo y Revilla 2006:118). Quizá por su propia experiencia, este padre migrante trata de evitar educar con golpes, de tener actitudes autoritarias o de provocar situaciones que susciten malos recuerdos en sus hijos sobre él, creando así una distancia -cultural- con las prácticas que tenía su propio padre. En su lugar busca entablar una mayor comunicación con sus hijos, y la distancia geográfica puede estar facilitando ésta no sólo por el uso del teléfono[13] o internet, sino también porque estos instrumentos pueden estar ayudando a mediar –porque se realiza de manera no frontal- la forma en que se expresan las emociones y los afectos.

Ahora bien, para algunas figuras de autoridad moral local, un padre siempre debe encarnar /representar un sistema de orden, autoridad, disciplina; poca referencia se hace a la necesidad de que exista un acercamiento afectivo entre padres e hijos. Esta posición se puede apreciar en lo que mencionan dos sacerdotes de dos de las localidades estudiadas, que consideran que el mayor efecto negativo que tiene la migración de los padres se observa en la familia: en la autoridad paterna, en la relación con los hijos, y en el vínculo que se establece con ellos.

Puede haber una buena relación [con los hijos] si el padre promete que a su regreso traerá regalos, lo que significa [para los niños] estrenar ropa, calzado y tener juguetes; pero junto con esto, [con la ausencia del padre] se está trastocando el orden y autoridad; y [cuando el padre regresa] la disciplina que la madre pone cuando él no está. (J.J.R. Sacerdote diocesano, 52 años, atiende a la feligresía de localidades rurales y la de la cabecera municipal).

Hay padres migrantes que se van desvinculando de su familia, primero empiezan a dejar de llamar, si antes hablaban cada semana, después lo hacen cada mes, y así cada vez es menos frecuente, y luego nadie sabe de ellos, porque allá se juntan con otras mujeres. (...). Los niños que son hijos de migrantes, que no tienen a su papá por mucho tiempo, son más rebeldes, son menos constantes en sus estudios, se hacen más flojos e ingresan a más temprana edad al consumo de bebidas alcohólicas, y luego a las drogas; llegan más tarde a su casa, no hay constancia en la religión. Todo esto es provocado por la falta de autoridad, por la ausencia del padre. (Sacerdote diocesano, 40 años, atiende a la feligresía de localidades rurales y de la cabecera de un municipio predominantemente indígena)

Esta situación que señalan los sacerdotes es real y llega a ser más frecuente en los casos en que el padre entra a estados unidos de forma indocumentada, por lo que suele quedarse en ese país por largos periodos para trabajar y poder obtener la mayor cantidad de dinero para pagar las deudas contraídas al migrar y para mantener a su familia; en esa circunstancia los hijos –y la esposa- no tienen ninguna certeza sobre la fecha de su regreso. También hay casos en que, efectivamente, el padre nunca regresa a su hogar y forma otra familia en el sitio en el que se encuentran residiendo en el extranjero. Cuando el padre se ausenta por la migración laboral, los hijos se quedan en el lugar de origen bajo el cuidado de la madre, y muchas veces, también de la familia extensa, pero no siempre es posible controlar y vigilar su comportamiento -quizá, incluso, aun estando el padre presente-.

Los migrantes entrevistados son contratados con las visas de trabajo norteamericanas H2-A por lo que se ausentan por un tiempo limitado que puede ir de 3 a 6 meses, y los que se van a canadá en el PTAT lo hacen por un periodo máximo de 8 meses. En estos casos, los niños y adolescentes, hijos de los entrevistados, conocen la fecha de partida y de regreso de sus padres. Sin embargo, aun en estas separaciones acotadas temporalmente, la ausencia paterna tiene repercusiones, que se pueden evidenciar en problemas de mala conducta sea con su madre, con sus hermanos, o familiares, o en la escuela, o si son muy apegados al padre, “enfermarse de tristeza”.

En los siguientes extractos de entrevista se pueden observar algunos de los cambios que se están dando en la manera en que los trabajadores entrevistados interactúan con sus hijos, la incorporación de rasgos que en el pasado, en el contexto rural de origen, no se hacían explícitos –como las muestras de afecto- y los efectos que tiene su ausencia en sus hijos.

3.1. Caso 1

Mc, es trabajador temporal, contratado con visa H2-A, originario de una localidad rural en un municipio michoacano de la región llamada Ciénega; ha ido a EU en 4 ocasiones: la primera vez se fue en 2008, cuando su hijo tenía un año 3 meses, dejo de ir tres años y en 2011 lo volvieron a contratar, desde entonces sigue yendo hasta la fecha. Sus contratos son por 6 meses, se va en abril y regresa en septiembre, cuando muy tarde, a principios de octubre. Tiene 2 hijos: el niño va a cumplir 9 años y una niña de 4.

A decir de su esposa, MC es “muy mimador” y su hija es quien más lo extraña, por lo que cada vez que él llama por teléfono la niña le pregunta cuando regresa y le pide “ya vente para que me duermas”. MC le ha comentado a su esposa que se siente mal por no poder estar con sus hijos, por lo que ha buscado la forma de mantenerse en contacto permanente con ellos, por esa razón instaló el teléfono en su casa desde la primera vez que se fue al extranjero, y ahora también cuenta con internet en ésta. Para hablar vía skype a sus hijos y poder verlos, MC se traslada cada fin de semana a la casa de un hermano (indocumentado) que tiene computadora, internet y cámara, y que vive cerca de donde reside MC con otros ocho trabajadores contratados. Entre semana, mc llama por teléfono a su familia todos los días por la noche. En esas ocasiones habla un largo rato con sus hijos y les pregunta cómo se han portado, cómo les ha ido en la escuela, a veces también les ayuda a hacer algo que no puedan resolver de la tarea; y si la conducta no ha sido apropiada, también les llama la atención. Cada fin de semana, para poder conectarse vía skype, la esposa de mc le pide ayuda a su cuñado; pero pronto el niño podrá hacer la conexión, pues con el dinero que envía su papá, su mamá lo inscribió en un curso de computación. Otra forma de estar presente en la vida de sus hijos es a través de lo que su esposa le transmite sobre la dinámica familiar.

Siempre que hay algo con los niños, o en la escuela con el niño, yo se lo platico a él [a su esposo] y lo consulto cuando me habla por teléfono. Él me dice que le cuente todo lo que pasa porque [él le dice] “de por sí te quedas meses sola con todo lo de la casa, para qué agobiarte más y dejarte sola también con la responsabilidad de los hijos”. Él también me dice que platiquemos los dos las cosas que pasan, porque un matrimonio es de dos, no de tres, no de su familia, no de mi familia, ni de los vecinos, es solo de dos, y los dos decidimos lo de nuestros hijos” (ED., ama de casa, 30 años; ella tiene estudios de primaria; su esposo estudio hasta segundo de secundaria)

El malestar que siente MC por no estar con sus hijos el día del padre, cuando su hijo mayor cumple años, o cuando éste “pasa de año”, lo busca compensar yendo, los días que tiene libres en su trabajo, a buscar ofertas de ropa y juguetes en los “molls” del pueblo cercano, para llevárselos a sus hijos a su regre- so. Antes de irse contratado a Estados Unidos MC habla con sus dos hijos para explicarles su ausencia; a la más pequeña le dijo la última vez “mira ́mija ́, me voy a ir de tu casa, pero te voy a estar hablando por teléfono. Voy a irme, ¿pero sabes por qué?, voy a irme al norte para mandarte dinero, para que te compren una bici y para que tu mamá te compre lo que tú quieras”.

3.2 Caso 2

RC, 36 años; es trabajador temporal contratado en el PTAT desde el 2010. Antes de irse a canadá trabajaba como empleado en una mueblería, cuando regresa a su lugar de origen, al término de su contrato, trabaja como mesero (un empleo temporal que le permite dejarlo en cuanto le avisan que ya está de nuevo en la lista de los contratados).

La primera vez fue difícil porque [mis hijas] estaban chicas, una tenía un año y la otra, cuatro; lo que más me dolía era que no las iba a ver crecer. (...) Me fui por la responsabilidad de la familia, para sacarla adelante. Cuando me fui, la más chica se enfermó, no quería comer y solo preguntaba qué dónde estaba yo. (...) Yo tenía un contrato de ocho meses, y me preocupaba mi niña, quería yo estar hablando a todas horas, aparte yo las extrañaba un montón. Cuando regresé [las niñas] ya habían crecido y la más chica no se acordaba bien de mí. Tuve que empezar a ganarme su confianza con regalos, abrazos y chiqueos (mimos). (...) No trabaje quince días, porque quería estar con ellas, que me vieran otra vez como su papá.

Cuando me voy a canadá y regreso, siento que ya no tengo autoridad [con mis hijas], porque ellas pa ́ todo [se dirigen] con su mamá; a ella le dicen si quieren un permiso o que les compre algo. Yo les digo [cuando les hablo] que me tengan confianza y que me digan que necesitan; si me esperan se los traigo cuando [yo] regrese, o si ya lo necesitan, mando dinero a su mamá pa ́ que [se] lo compre. Yo me he perdido muchas cosas por irme a trabajar lejos (...), de ver a la más chica cuando empezó a hablar, cuando empezó a caminar, cuando empezó a hacer su montón de caritas (...), pero les digo que es para poder darles una vida mejor, lo que uno no tuvo. [sé que] ellas me entienden, pero también veo que [ellas] necesitan tener a su papá aquí.

3.3. Caso 3

J.M.M. 32 años, fue trabajador con visa H2-A, contratado en 2008 por 6 meses; se fue cuando su primer hijo tenía 3 meses de nacido. Antes de irse trabajó como panadero y a su regreso siguió en ese mismo empleo.

Ya no quise volver [a irse contratado], lo que nos pagaban no era mucho y luego si llovía tenía uno que andar así [trabajando]; si llovía muy fuerte, no trabajábamos, apenas salía para comer allá y no podía mandar dinero [para] acá. Con lo que gane, acabe la casa; luego ya hablamos [con mi esposa] y le dije, no le hace que acá comamos solo frijoles, pero juntos. (...), si los extrañe [a ella y al niño]; lo más difícil es dejar a la familia, necesita uno hacerse el ánimo, porque si no, uno no se va. [les] hablaba cada tercer día, en la noche; a veces [hablaba] diario. Allá compras una tarjeta de dos, de tres, o de cinco [dólares] y puedes hablar mucho [tiempo], o si cortas, hablas otro día, con lo que te quedo [en la tarjeta]. (...) Mi esposa le ponía el teléfono al niño para que me oyera hablar y no me fuera a desconocer cuando yo regresara; pero si pasó. Me fui cuando [él] estaba muy chico, apenas [estaba] empezando a conocerme (...), cuando regresé ya estaba más grandecito, se miraba que entendía; lo quise cargar y [él] se me hizo a un lado, no quería que yo me acercara, lloraba, yo sentí muy feo. Y ya mejor pensé, no le hace que siga de panadero, que de comer no [nos] va a faltar, aunque sea pan; pero no vuelvo a dejar a mi hijo, porque a la otra, ya va a estar difícil [que me acepte].

3.4. Caso 4

EDT antes de migrar era agricultor, tenía una parcela en la que sembraba cebollas, pero el precio de la semilla, los fertilizantes y fumigantes aumentó, no así el precio en el que le compraban la siembra. Por ello vio en la migración laboral a canadá la oportunidad de poder ganar más dinero para solventar los gastos de la escuela de sus tres hijas adolescentes y del niño que está en la primaria. EDT tiene dos temporadas yendo contratado por 8 meses a canadá.

Antes de irme, mis hijas me estuvieron enseñando eso de la computadora, que pa ́ que [yo] les escribiera, que pá que no [me] saliera tan caro. Pero allá [donde estamos] no tenemos computadoras; un muchacho me dijo que en la biblioteca [pública] si había, pero salimos [de la granja] solo los domingos para comprar lo de la semana, y ahí [la biblioteca] no abren los domingos. (...) Yo compro tarjetas [telefónicas] y no me sale caro; les hablo cada tercer día o, a veces, si trabajo hasta muy noche, cada viernes y el domingo. con mi niño hablamos casi todas las noches. (...) él me pidió [que le comprara] su celular para hablarme. si [yo] no le hablo, [él] me manda mensajes. me dice que ya aprendió eso de mandar fotos por celular y que [a]hora que me vaya me va a mandar unas que [el niño] tome.

Antes de hacer referencia al contenido de los fragmentos de las cuatro entrevistas, es necesario recordar que los marcos socioculturales y las disposiciones normativas se crean y reproducen en un tiempo y contexto especifico, por ello hay que tener presente que los entrevistados son originarios de localidades rurales, donde cultural y socialmente persisten estructuras tradicionales que delinean que es lo permitido, apropiado y correcto (con su contraparte, lo prohibido, inapropiado e incorrecto) para cada uno de los géneros y etapas de edad. En este contexto la figura tradicional paterna representa autoridad y poder incuestionables; los sentimientos y demostraciones de cariño de los padres hacia sus hijos no son fácilmente expresados, menos aún lo eran en la generación de los progenitores de los trabajadores entrevistados, que restringían sus sentimientos afectivos, sobre todo hacia los hijos varones o aquellos que surgían por su trabajo en el extranjero si enfrentaban situaciones que les provocaban dolor, miedo, frustración o enojo. En este contexto hay referentes culturales que determinan el deber ser de los hombres como padres, pero en la práctica individual, como vimos en los casos anteriores, se viven y expresan en comportamientos diferentes. Así, a largo plazo y aun sin proponérselo, los padres migrantes pueden ir cambiando paulatinamente las formas y significados de la interacción establecida para padres e hijos. No hablamos de una transformación radical de la paternidad en contextos rurales, pero sí de pequeños cambios que se pueden ir introduciendo.

Para los trabajadores entrevistados ser padre a distancia les ha requerido crear nuevas formas de expresión de la paternidad y hacer una serie de reacomodos y reelaboraciones de los condicionamientos sociales que aprendieron en su lugar de origen -y a partir de su propia experiencia con sus progenitores- sobre lo que significa ser padre. Además, han tenido que tomar decisiones y hacer elecciones entre una serie de actividades que podrían hacer en su tiempo libre, o por las noches, después de trabajar (como ver televisión, películas, dormir, beber cervezas, quedarse acostado). Su elección ha sido dedicar tiempo a comunicarse con su familia, y la implementación de nuevas estrategias que les ayudan a mantener el vínculo afectivo con sus hijos, tales como hablarles varias veces en la semana por teléfono, ir a buscar regalos para ellos en los “molls” cercanos, la disposición e intención de ser paciente con sus pequeños o adolescentes y, sobre todo, tratar de establecer una buena comunicación –y no solo llamar por teléfono- con los hijos. Así, para estos padres mantener la relación con sus hijos y estar presentes emocionalmente, aunque físicamente estén ausentes por la distancia geográfica (a veces también por el cambio de horario y actividad laboral), ha sido una “tarea” que, día con día han buscado construir, conservar y alimentar principalmente con los medios de comunicación a su alcance, sean las llamadas por celular, vía Skype, o por medio de mensajes de texto.

Pero también a través de los regalos se resignifican los lazos afectivos, ya que éstos funcionan como los voceros con los que el padre busca expresar sus sentimientos amorosos[14] hacia sus hijos. Además, en los periodos de separación física, los regalos (juguetes, ropa, zapatos, aparatos electrónicos, etc.) Que el padre promete traer a su regreso, son las llaves que abren la posibilidad de diálogo y negociación con los hijos cuando hay que justificar y explicar la movilidad internacional, o, durante la ausencia, para “invitar” al niño/a o adolescente a mantener una conducta adecuada en la escuela, en la casa y con su madre. Un regalo no suple la ausencia paterna, pero si ayuda a mitigar la reacción de los hijos (sobre todo si son pequeños) durante el tiempo que dura el padre en el extranjero, o a su regreso. Así, por ejemplo, una niña de cuatro años, puede no entender lo que es el “norte, pero si entiende que “si se porta bien” tendrá una “bici”.

Así, los regalos llegan a constituirse en una parte importante en un sistema de trueque; sistema con el que el padre va construyendo/reforzando los afectos (o la expresión de éstos) y su capacidad para educar en la distancia a través de premios y castigos. En este sentido, también podrían entenderse como una forma diferente en que los padres migrantes ejercen poder como figura de autoridad al interior de su familia, en el que los regalos son el vehículo para hacerlo, sustituyendo a formas tradicionales como los golpes utilizados en las generaciones anteriores de sus padres. Siguiendo a Montesinos, no se trataría de “renunciar a la autoridad que supone la figura paterna pero si de eludir las prácticas autoritarias que provocaron y provocan aún una serie de conflictos familiares, que suscitan tal rencor en los hijos que, no en pocas ocasiones, producen un malestar interno en los integrantes de la familia” (Montesinos, 2010:362)

Sin embargo, también es posible observar que, a veces, los regalos no son suficientes para reintegrarse al hogar, por lo que a su regreso el padre necesita llevar a cabo una serie de acciones que le ayuden a “encajar” de nuevo en la vida de sus hijos, para acomodarse a la dinámica familiar y para poder recuperar un sitio de autoridad; como sucedió con el padre que decidió quedarse quince días en su casa con sus hijas para que lo percibieran otra vez como alguien cercano.

Los hijos igualmente van aprendiendo que la ausencia paterna trae beneficios, no sólo en los regalos que el padre les trae a su regreso, sino también en los bienes materiales que empiezan a aparecer en su casa (una pantalla plana, teléfono celular, computadora, aparato de sonido, lavadora, horno de microondas, refrigerador, etc.), o en la posibilidad de que se vayan mejorando las condiciones de su vivienda o que ésta se vaya ampliando para que él/ella pueda tener su propia habitación; asimismo los percibe en el acceso a mayores recursos para llevar a cabo actividades recreativas (por ejemplo, ir a un balneario con sus primos, poder asistir a alguna actividad de esparcimiento en la escuela, etc.) Y/o en un cambio en su alimentación. Mejoras que su madre se encarga de recordarle que son posibles gracias al trabajo del padre -y en parte, debido a su ausencia-; o le menciona que su padre se preocupa porque sus hijos estén bien “y tengan todo lo que necesitan”. La manera en que la madre hace presente al padre y comunica el envío de dinero por parte de éste, vinculándolo a su afecto o preocupación por su familia, puede ir creando en el imaginario infantil una asociación entre ausencia/migración-dinero-bienestar material, que de alguna manera, junto con la cultura migratoria en que va creciendo, podrían “invitarlo” a insertarse (ya como adulto) en la movilidad internacional. Igualmente, el niño aprende a observar cómo su familia se va diferenciando de las otras familias en las que el jefe de familia no migra. La distinción que el/la niño/a va estableciendo es mayor, si al regreso del padre migrante pueden comprar un vehículo, aspecto que para éste/a resulta muy llamativo. Sin embargo, el niño/adolescente se va formando solamente una imagen parcial del “norte”, pues el padre rara vez le habla de las condiciones en que desarrolla su trabajo, de lo duro de la jornada, de los problemas que enfrenta o de la soledad que puede significar vivir en un país extranjero con un idioma diferente.

Ahora bien, no sólo se están generando cambios en la manera de relacionarse, también se están presentando en la forma en que algunos padres migrantes empiezan a pensar en el futuro para sus hijos; los imaginan –o desearían- teniendo una profesión o por lo menos, mayor escolaridad que les permita obtener un empleo fuera del sector agrícola. Para lograr esta meta, uno de los migrantes entrevistados[15] empezó (de común acuerdo con su esposa) un plan de ahorro para solventar los estudios de sus hijos. Del dinero que él envía mensualmente a su esposa, un porcentaje lo destina para los gastos cotidianos de la casa (alimentación, luz, gas), otro es para pago de deudas (si las hay), y un porcentaje lo deposita su esposa en una cuenta de ahorros que abrieron exclusivamente para guardar el dinero destinado a la educación de sus hijos. Este tipo de conductas no es algo común. Hay que destacar, como ya se mencionó, que los migrantes entrevistados son originarios de localidades rurales de michoacán, gran parte de ellos no tuvo una escolaridad más allá del primer año de secundaria (además de que es un requisito para ser contratado -tanto en el PTAT, como con las visas H2-A, no tener más de educación básica); sin embargo, varios de los entrevistados mencionaron que entre sus deseos se encuentra que su hijos obtengan una educación de nivel medio superior (técnico) o superior (licenciatura). Este deseo se expresa de manera similar tanto para los hijos como para las hijas; empero en las charlas con algunos de ellos, y aun expresando esa idea, seguía prevaleciendo un cierto orgullo por los logros de los hijos varones, niños o adolescentes, sea en la escuela o en los deportes.

Cabe hacer un señalamiento sobre lo que sucede cuando las perspectivas de mejoras no se dan. Antes del viaje al extranjero se crean muchas expectativas y esperanzas en todos los miembros de la familia (de origen y algunas veces, también en la extensa) sobre lo que se podría hacer gracias al salario ganado por el migrante durante su contrato; sin embargo cuando esto no sucede, sea porque el padre no gano lo suficiente debido a que lo regresaron a méxico antes de concluir su contrato, y lo que obtuvo fue para cubrir solo algunas deudas, sea porque no envió con regularidad las remesas o porque no cumplió lo prometido a sus hijos en cuanto a los regalos, se van generando en la esposa y los niños/adolescentes sentimientos de desánimo, desconfianza; en algunos casos, hay reclamos por su irresponsabilidad por parte de la esposa, o los hijos mayores le reprochan al padre que “los abandonó por meses, para nada”.

La ausencia paterna debido a la migración laboral por contrato, no es un hecho libre de emociones, sentimientos, tensiones, problemas, conflictos, negociaciones, y en el que entran en jugo muchos factores. Por ejemplo, la reacción y emociones de los hijos tanto ante la ausencia del padre, como en la forma en que es recibido a su regreso, depende de la edad de éstos, de la relación que tengan con su padre antes de partir y durante su ausencia física, del tipo de comunicación –y asiduidad- que mantengan a la distancia, del cumplimiento de las promesas que él haya hecho antes de partir (que de alguna manera esto también marca el tipo de interacción que se dará a su regreso) y de la forma en que la madre haga “presente” al padre en la cotidianidad de los hijos (por ejemplo, diciéndoles que si se portan mal se lo dirá al padre para que no les traiga regalos, que cuando hablen con él le pidan los permisos que quieren, le comenten de la actividad escolar que tendrán, o que le cuenten de la calificación que obtuvieron en algún examen), o cuando les remarca la idea de que aunque ahora estén viviendo esa ausencia/separación, estarán mejor materialmente.

Durante la ausencia del padre de familia, tanto en la esposa como en los hijos se generan emociones de tristeza, angustia, soledad, pero también de coraje, inconformidad, frustración que se suelen expresar al momento en que el migrante se comunica telefónicamente o de manera virtual por Skype. Algunos de los entrevistados comentaron que, en esas circunstancias, buscaron “suavizar” la situación; en el caso de sus hijos lo hacen con promesas de regalos, de envíos monetarios o durando más tiempo hablando con ellos. De no tratar de “arreglar” las cosas, se expondría a reacciones álgidas como que los hijos se nieguen a hablar con él cuando se comunica, que la esposa no responda sus llamadas, o que haya reclamos a su regreso.

En la distancia el padre también puede fungir como un “mediador” en los problemas que surjan, en su ausencia, entre los niños/adolescentes y la madre; para ello tratará de hablar con ambas partes, y explicará a sus hijos que la madre “les dice las cosas por su bien” o que no da permiso para alguna salida, porque el niño/adolescente no se ha portado bien o porque ella percibe algún inconveniente en dicha salida. Los hijos/as adolescentes igualmente pueden apelar al padre para lograr lo que ellos desean, poniendo en entredicho la autoridad materna; cuando esto sucede pueden generarse problemas entre los esposos y los hijos aprovechar en su beneficio el momento del conflicto.

Conclusión

Dado que en este documento se ha planteado un acercamiento exploratorio, lo que se puede adelantar son algunas reflexiones, más que conclusiones. La bibliografía sobre familia y migración muestra que la movilidad internacional laboral del padre no es vivida/sentida de la misma manera por los hijos, que cuando quien migra es la madre. Sin embargo los datos etnográficos recabados muestran que la ausencia paterna si tiene un efecto en éstos, sobre todo en los más pequeños que no alcanzan a entender porque él se aleja físicamente por varios meses. Las estrategias que han seguido varios de los entrevistados para subsanar o suplir esta separación son facilitadas por la tecnología actual y los nuevos medios de comunicación. Empero también tienen que ver con la disposición del padre para invertir parte de su tiempo destinado al descanso para hablar con sus hijos de lo que les sucede cotidianamente, para “darles consejos” o llamarles la atención, para ir de compras y buscar regalos (ropa, juguetes, aparatos electrónicos) para llevar a sus hijos a su regreso, y para enviar periódicamente la mayor parte de su salario buscando generar algunas mejoras materiales para su familia.

Se puede destacar que aun cuando los entrevistados siguen reproduciendo en su comportamiento varios elementos de los patrones masculinos aprendidos en su localidad de origen, entre estos considerarse como el único proveedor de su familia de procreación, al aspecto meramente económico del envío de las remesas, se suma también una parte que implica sentimientos y afectos, que por lo menos de manera general, no era tan evidente en los padres migrantes de décadas anteriores, en los “padres de cheque”, a los que habría que entender dentro del contexto rural en que fueron socializados, y en los que no es muy común/frecuente que los varones hablen de sus sentimientos o que exterioricen estos a sus hijos. Y aun cuando los cambios que se están presentando en la forma de ser padre de los trabajadores migrantes entrevistados no se equiparan a los que Gutman (2000) encontró en la ciudad de méxico, y las muestras afectivas del padre no llegan a igualarse a las que Herrera (2004, 2009, 2012), Gregorio (1998) y Pedone (2005 y 2006) mencionan tienen las madres migrantes, entre los entrevistados se hizo evidente que están buscando expresar afecto a sus hijos de diferentes maneras, una de ellas es a través de los regalos que les traen y en la manera en que buscan insertarse de nuevo en la vida de sus hijos y en la dinámica familiar. Las acciones de estos padres se acercan a lo que Castellanos (2009) llama apoyo emocional, que compren- de tener empatía, y mostrar comprensión, cariño, amor, confianza.

Los padres migrantes entrevistados tienen prácticas y actitudes que les ayudan a interactuar con sus hijos desde la distancia geográfica, y desde las cuales están buscando una mayor cercanía emocional con ellos. Y, aunque lentamente, estas prácticas y actitudes pueden incidir en las formas y significados tradicionales de la relación padre-hijo en las localidades de origen, insertándose en las transformaciones que a varios niveles las localidades rurales están viviendo y en las que muchos de los patrones culturales y normatividades sociales se están flexibilizando. La forma de ejercer la paternidad, aun cuando responde a patrones y referentes socio-culturales aprendidos, compartidos y reproducidos en el lugar de origen, también está sujeta a esas transformaciones que podrían llegar a sumar o cambiar rasgos, significaciones y prácticas a las formas de paternidad tradicionales.

Sin embargo, también hay que considerar un componente que a futuro puede ir desdibujando esta situación. Como se menciona en la introducción, el carácter circular de la migración laboral por contrato va generando una dinámica confusa para los hijos, que tienen al padre cerca de ellos por unos meses, y al poco tiempo de nuevo lo ven partir; dinámica que, siguiendo a Ribeiro (2003) al paso del tiempo genera cambios en el sentir, estar y vivir de los migrantes, de sus hijos y de la pareja. Si los trabajadores migrantes no quisieran llegar a esto, la tarea de hacerse presentes en la distancia puede requerirles mayor esfuerzo y tiempo.

Para finalizar, siguiendo a Vertovec (2004, citado en Herrera 2009:2) habría que señalar que la migra- ción no es el único factor que provoca cambios, incluso que ésta puede verse como uno de los que impulsan o aceleran transformaciones que ya estaban en curso; o como dice Herrera, “la migración puede agudizar o catapultar cambios en las familias que tenían muchas probabilidades de que ocurran o que se estaban ya produciendo”.

Por ello, habría que formular una segunda pregunta, que es a la vez una invitación para seguir investigando sobre el tema, ¿qué es, en las localidades rurales, lo que está abriendo un intersticio para ir desinhibiendo las expresiones afectivas de los padres migrantes actuales hacia sus hijos y para buscar establecer una interacción más cercana desde la distancia?

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Notas

3 Dentro del proyecto sobre migración laboral controlada a Canadá y Estados Unidos que he estado desarrollando, hay un apartado enfocado en indagar sobre los cambios que se han dado al interior de la familia del migrante. El universo de estudio de esa investigación está conformado por trabajadores del PTAT y con visas H2-A originarios de localidades rurales de distintos municipios en el estado de Michoacán.
4 Para más información sobre los trabajadores con visas H2-A y H2-B véase Trigueros (2008) que ha estudiado a profundidad el tema.
5 Para contratar trabajadores extranjeros deben obtener una certificación del Departamento de Trabajo norteamericano (DOL) y recibir la aprobación de la petición (forma I-129) de la Oficina de Seguridad Nacional (DHS) ante la Oficina de Inmigración y Naturalización
6 Para Dolores Huerta, Presidenta de United Farm Workers, no escasea la mano de obra en muchas regiones agrícolas de Estados Unidos, sino los salarios justos y condiciones de trabajo seguras para los jornaleros agrícolas (citado en Smith-Noni 2002; 67)
7 Smith-Noni (2002) menciona que 40 por ciento de todos los trabajadores contratados se ocupa en industrias agrícolas de Carolina (norte y sur).
8 SAWP por sus siglas en inglés: Seasonal Agricultural Workers Program
9 En México, la Embajada de Canadá se reserva el derecho de hacer los exámenes médicos, expedir las visas laborales y realizar las entrevistas que juzgue necesarias.
10 Inicialmente el reclutamiento y las contrataciones se hacían en las oficinas de la Secretaria del Trabajo en la ciudad de México; ahora, estos procedimientos se hacen en las oficinas de esta dependencia en los estados, pero el examen médico y las entrevistas se siguen haciendo en el DF.
11 Los términos de las condiciones de vida se determinan anualmente en reuniones sostenidas por el gobierno canadiense, el del país de origen de los trabajadores y los representantes de los empleadores agrícolas. Los trabajadores, no son tomados en cuenta, ni tienen algún representante que asista a estas reuniones.
12 Los entrevistados consideraron que en éste, posiblemente, trabajarían él o su esposa y alguno de sus hijos que no quisiera estudiar
13 Una tarjeta para llamar por teléfono les cuesta dos o tres dólares y pueden hablar casi 3 horas.
14 Sentimientos que también tienen que ver con el tiempo que dedican, en su día de descanso, a buscar ofertas de ropa y regalos para llevarles.
15 R.V., 48 años, estudio solo hasta primero de secundaria, ha sido migrante indocumentado a Estados Unidos y, posteriormente, contratado durante tres temporadas en Canadá. Lo que gano por su trabajo en el extranjero lo destinó en un principio casi exclusivamente a la ampliación y mejora de sus casa (era de una planta y le construyo un segundo piso con una recamara para cada uno de sus tres hijos) y a pagar sus deudas; en los últimos dos años, fue cuando decidió iniciar el plan de ahorro descrito.
1 “Padre ejemplar” en el título de este documento es una referencia a una canción de moda en las estaciones que se escuchan en el medio rural michoacano. es interpretada por los “Titanes de Durango” y es el diálogo entre un padre y su hijo, en que se mencionan las enseñanzas que el primero da al niño y las expectativas sobre la conducta del niño que tiene el padre
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