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Juventudes y masculinidades desde los márgenes. Experiencias socioculturales de jóvenes en reclusión
Youth and masculinity from the margins. Sociocultural experiences of young people in detention
NÓESIS. REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES, vol. 25, núm. 50-1, Esp., pp. 79-98, 2016
Universidad Autónoma de Ciudad Juárez

Ciencias Sociales


Recepción: 24 Abril 2016

Aprobación: 30 Septiembre 2016

DOI: https://doi.org/10.20983/noesis.2016.21.4

Resumen: El propósito de este artículo es dar cuenta de las masculinidades juveniles experimentadas en lo que hemos denominado desde los márgenes, en este caso de jóvenes varones que se encuentran privados de su libertad en el Centro de Internamiento Especializado para Adolescentes (CIEA) Villa Crisol, en el municipio de Berriozábal, Chiapas. Se analizan los contextos de encierro y las estrategias socioculturales que estos jóvenes plantean para convivir y socializar que, a su vez, permiten conocer la pluralidad de experiencias y vivencias de varones de acuerdo con su condición de clase, edad, orientación sexual, género, etnia y color de piel. De esta forma, (re)construyen sus masculinidades, muchas de las veces invisibilizadas, marginadas u oprimidas dentro de un amplio entramado de relaciones de poder.

Palabras clave: Masculinidades, juventud, reclusión, hegemonía, marginalidad.

Abstract: The purpose of this article is to give an account of youth masculinity experienced in what we have called from the sidelines, in the case of young men who are deprived of their liberty in internment Specialized Center for Adolescents (CIEA) Villa Crisol, in Berriozábal municipality, Chiapas. The prison inmates and sociocultural strategies that these young people to live and socialize pose that, in turn, provide insight into the plurality of experiences and experiences of men according to their class, age, sexual orientation, gender, ethnicity analyzed and skin color. Thus, (re) construct their masculinity, many times invisible, marginalized or oppressed within a broad framework of power relations.

Keywords: Masculinity, youth, detention, hegemony, marginality.

Introducción

En este artículo se pretende discutir sobre aquellas juventudes y masculinidades que son consideradas subalternas; al mismo tiempo, contextualizar los hallazgos de una investigación realizada durante el periodo de diciembre del 2014 a junio del 2015, en el centro de Internamiento especializado para adolescentes (CIEA) villa crisol, ubicado a las afueras del municipio de berriozábal, en el estado de chiapas.

¿cuáles son las experiencias de jóvenes en relación con su masculinidad en un contexto de reclusión? Y ¿cuáles son las trayectorias de vida de jóvenes que han sido recluidos en el CIEA villa crisol? Estas son algunas interrogantes que permiten conocer y analizar cómo se vive este nuevo proceso de construcción-reconstrucción de masculinidades frente al encierro, además de comprender los sentidos y significados de “ser hombres” en tanto que son primariamente jóvenes.

El interés por el estudio de masculinidades juveniles en reclusión, obedece a que son varones jóvenes los que generalmente ingresan a tutelares para menores, siendo una diferencia considerable respecto al número de mujeres reclusas. Este elemento hace posible el estudio de la construcción masculina juvenil en un contexto de reclusión, considerado como la privación de la libertad durante un tiempo estipulado, dependiendo del proceso de desahogo de pruebas, el comportamiento del joven una vez sentenciado, así como de las políticas públicas en turno.

En ese sentido, el objetivo central de este artículo es dar cuenta de las masculinidades experimentadas desde los márgenes, ya que estos actores comparten posiciones sociales, simbólicas a las que son confinados un amplio grupo de jóvenes, pobres, con problemas familiares y económicos; desechados por un sistema escolar al que no se ajustan; que no cumplen con un modelo hegemónico de masculinidad adulta, heterosexual, de clase media, que no son jefes de familia y que si bien nos encontramos en un contexto de población mestiza e indígena, los rasgos occidentales siguen siendo el referente de un ideal de “ser hombre” construidos y compartidos socialmente. Goffman (1963) nos ilustra desde el contexto norteamericano de mitad de siglo XX que, no obstante, cobra sentido en este estudio por ejemplificar como se construye un modelo hegemónico de masculinidad atravesado por la clase social, orientación sexual, lugar de origen, escolarización, corporalidad y gustos:

(debe ser) un joven, casado, blanco, urbano, heterosexual, norteño, padre, protestante de educación universitaria, empleado a tiempo completo, de buen aspecto, peso y altura, con un récord reciente de deportes. Cada varón estadounidense tiende a observar el mundo desde esta perspectiva...todo hombre que falle en calificar en cualquiera de esas esferas, es probable que se vea a sí mismo...como indigno, incompleto e inferior (Goffman, 1963: 128).

De tal modo que a lo largo de este texto se define la masculinidad como una construcción genérica, desplegada a través de determinadas prácticas, actividades, formas de pensar, de sentir, que dotan de sentido y pertenencia al individuo en sociedad. La masculinidad se desempeña, según lópez moya: “en tanto que otorga prestigio social a ciertos hombres constituyendo un sistema de poder y de dominación genérica” (López Moya, 2010: 114).

En este sentido, pensamos al CIEA villa crisol como una institución disciplinadora que se encarga tanto de castigar como de reorientar el comportamiento y la masculinidad como un dispositivo de poder que recobra su sentido con la modernidad, los cuerpos individuales de estos jóvenes representan al cuerpo social, una realidad biopolítica que es intervenida y controlada todo el tiempo, ya no solo desde políticas públicas o instituciones como la familia, la iglesia, la cárcel o el estado, sino desde el autocontrol.

Foucault (2012), a lo largo de sus trabajos sobre poder y prisiones, coloca el cuerpo como el campo de batalla de las luchas de poder, considera las disciplinas como el gran descubrimiento de la modernidad: “es decir los sistemas de vigilancia continua y jerarquizada...descubrimiento importante de la tecnología política” (Foucault, 2012 57). Disciplinas desplegadas en biopoderes precisos que se trasladan a biopolíticas de la población, el sueño del capitalismo moderno del siglo XIX: crear cuerpos dóciles, normalizados, dominados por ellos mismos.

Una mirada desde los Estudios Culturales

Uno de los propósitos de los Estudios Culturales y de todo conocimiento que se sitúe desde los intersticios de las disciplinas clásicas, reside en conocer y analizar las miradas de aquellos sujetos que han sido oprimidos y marginados históricamente. En este sentido, hablar de masculinidades juveniles en un contexto de reclusión, surge principalmente en dos momentos claves contemporáneos que están inter-conectados. El primero, es la ruptura en las relaciones de género a partir de movimientos feministas y de una “perspectiva género”[3] que permitió pensar al hombre como un ser genérico. Por lo tanto, es impor-tante hacer hincapié en la importancia de la categoría de género como una de las categorías centrales del feminismo, que posteriormente dará pie a los estudios sobre masculinidades.

El segundo momento clave se presenta cuándo, principalmente, desde los Estudios Culturales se busca dar voz a aquellos sujetos que se encuentran en los márgenes de un sistema, pero que al mismo tiempo desde esas periferias irrumpen discursos y prácticas de resistencia. De tal manera que al hablar de “masculinidad”, como una construcción sociohistórica, cultural, simbólica, generalizada y compartida en la sociedad -en este caso mexicana- sobre el “ser hombre”, es importante hablar de diferentes masculinidades pues existen correlaciones múltiples, experiencias disímiles de vivir la masculinidad, identidades disidentes, contestatarias u olvidadas.

Por tanto, dirigir la mirada a varones de cierta clase social responde también a una característica de los Estudios Culturales que se han ocupado de las “culturas tradicionalmente marginadas, incluyendo grupos subalternos o de comunidades que han sido desprestigiadas por su raza, sexo y preferencia sexual, tomando como objeto de estudio toda expresión cultural” (Szurmuk e Irwin, 2009: 10). Por otra parte, pensar a los jóvenes como actores sociales, constructores de historia y cultura, tiene que ver con reconocer esas identidades subordinadas a un modelo adultocentrico imperante en las ciencias sociales.

Pensar al “hombre” como ser genérico

Pensar al hombre como un ser genérico, al varón como una construcción masculina, ha sido gracias a los estudios feministas y la necesidad de pensar a los hombres más allá de ser solamente “seres humanos”. El concepto de género se ha entendido como una manera de referirse a los orígenes exclusivamente sociales de las identidades subjetivas de los hombres y de las mujeres; como una asignación social impuesta sobre un cuerpo sexuado, de tal manera que los cuerpos son sojuzgados a partir del género que se les ha establecido (incluso antes de nacer), atravesando diferentes dimensiones sociales, culturales, políticas, económicas y biológicas del ser humano y entraña relaciones complejas de poder. La división del sistema sexo/género es, según rubín: “un conjunto de disposiciones por el cual la materia prima biológica del sexo y la procreación humana es conformada por la intervención humana y social, y satisfecha en una forma convencional” (Rubín, 1986: 103).

Es así que los atributos físico-biológicos, son configurados y dispuestos de manera social, de acuerdo a un género. El género es histórico, cambiante y definible según cada contexto cultural, las relaciones sexo-género varían en cada sociedad y cultura, como producto socialmente construido, estructura las acciones y la vida social de los individuos a partir de diferencias, desigualdades y relaciones de poder (Scott, 1996). Esta categoría se ha integrado como una herramienta de análisis de las prácticas sociales genéricas de un determinado momento histórico, para luego convertirse en una perspectiva que, desde la academia, busca develar las desigualdades existentes entre hombres y mujeres. Sin embargo, el mismo scott señala que los alcances no fueron siempre los esperados, la palabra género ocultaba las tensiones y relaciones de poder, al mismo tiempo que no se enunciaba a la mujer o al hombre. Aquí, la respuesta conceptual y metodológica consistió en enfatizar categorías que en otros campos o momentos han sido complementarias o trabajadas colateralmente, de tal manera que al centrarse en ellas potencialice su transformación. En pocas palabras, los estudios de las masculinidades no pueden constituirse como tales sin los estudios de género.

La segunda mitad siglo XX inicia con una serie de sucesos como la revolución sexual, la segunda ola de feminismos, movimientos en pro de la reivindicación de las mujeres, de minorías étnicas, políticas y sexuales, aunado a un contexto de industrialización, migraciones, inserción masiva de las mujeres al mundo laboral, períodos entre guerras, auge de los medios audiovisuales de comunicación, etc. La autonomía corporal así como la movilización política e ideológica, fueron fundamentales para generar cambios identitarios de las mujeres y trastocó todo un sistema genérico.

Específicamente durante la década de los noventa comienza el estudio de los hombres. La masculinidad cobra importancia en áreas tanto académicas como políticas, develando relaciones de poder histórico sobre hombres y mujeres; poderes instituidos desde nuestros cuerpos, instituciones familiares, escolares, religiosas, tutelares, medios masivos de información y comunicación, políticas internacionales traducidas en políticas públicas. Kimmel (1992) señala que los estudios de las masculinidades, son diversos en cuanto a corrientes académicas, literarias, contextos históricos, políticos y escuelas de pensamiento. Sin embargo, la hazaña de estos estudios, aún siendo diferentes, es considerar a los hombres como pertenecientes a un género y que tanto la masculinidad como la femenidad son una producción y reproducción contextual continua:

La masculinidad se construye socialmente cambiando; desde una cultura a otra, una misma cultura a través del tiempo, durante el curso de la vida de cualquier hombre individualmente y entre diferentes grupos de hombres según su clase, raza, grupo étnico y preferencia sexual (Kimmel, 1992: 135).

Estudiar a los jóvenes en este caso conlleva ver como el género y el poder transversalizan sus relaciones, sus prácticas, sus pensamientos y sentires en tanto que son jóvenes masculinos, pero además como establecen relaciones jerárquicas y se posicionan dentro de estas, según el grupo social de adscripción, la etnia, el lugar de origen, la lengua, el color de piel, la edad, la orientación sexual o el delito por el cual se encuentran recluidos en el CIEA Villa Crisol. Lo anterior significa concebir el poder más allá de una posesión o ejercicio unidireccional, sino como una relación de fuerzas, relaciones multidireccionales que dificultan su visibilidad. La consolidación de la masculinidad es, entonces, una construcción biopolítica corporal, una acción fundada en el control de la sexualidad, la administración de la reproducción, funciones detentadas de manera transversal por instituciones como la escuela, la familia, la iglesia y en otros casos las instituciones penales como los reformatorios o las cárceles.

Los procesos de configuración de la identidad masculina se encuentran en una red o estructura de posiciones simultáneas que tejen diferentes trayectorias individuales, con sus propias actualizaciones, rupturas, continuidades, unas socialmente más valoradas que otras:

La masculinidad que ocupa la posición hegemónica en un modelo dado de relaciones de género, una posición siempre disputable...el concepto de hegemonía, derivado del análisis de gramsci de las relaciones de clases, se refiere a la dinámica cultural por la cual un grupo exige y sostiene una posición de liderazgo en la vida social (Connell, 1997: 41).

Esto significa la exaltación cultural de una forma de masculinidad por encima de otras con el fin de preservar el poder. La autora subraya que hay que verla de forma relacional, es decir, la hegemonía como una relación históricamente móvil, donde existen relaciones específicas de dominación y subordinación entre grupos de hombres, por ejemplo, el poder de hombres heterosexuales sobre hombres homosexuales. Pero para que exista una masculinidad hegemónica, que más que una realidad se vuelve el ideal normativo, existen otras masculinidades cómplices, marginales o subordinadas. Puesto que estas relaciones de dominio no suelen ser unidireccionales ni fijas, sino situacionales, un sujeto puede figurar como subordinado o privilegiado, al mismo tiempo, en distintos campos. En palabras de De Barbieri “las/os dominadas/os tienen un cambio de posibilidades de readecuación, obediencia aparente pero desobediencia real, resistencia, manipulación de la subordinación...se vuelven espacios contradictorios, inseguros, siempre en tensión” (De Barbieri, 1992: 123-124).

Es por esto por lo que se llaman masculinidades desde los márgenes y no marginadas, para hacer alusión a una posición o a un campo de acción, más que a un estado cristalizado. En estas interacciones cotidianas: “la masculinidad es un conjunto de significados siempre cambiantes que construimos a través de nuestras relaciones con nosotros mismos, con los otros y con nuestro mundo” (Kimmel, 1997: 40), las relaciones de dominación intra e intergénero responden a estas hegemonías históricas, empero, resaltando lo “relacional” de las masculinidades, aunque algunas se sitúen en los márgenes de ciertos campos sociales o permanezcan como subordinadas, en otros muy seguramente se posicionarán como hegemonía o ejercerán poder sobre otras puesto que las posiciones se van disputando, negociando y reafirmando.

Masculinidades y contextos juveniles

Es así que los varones jóvenes significan y dan sentido a un tipo de masculinidad al margen de una adulta, pero también hegemónica en otros campos, dependiendo del contexto. Algunos elementos adjudicados a cierto momento generacional o etapa conocida como la juventud, puede definirse como la “fase de vida individual comprendida entre la pubertad fisiológica (una condición natural) y el reconocimiento del estatus adulto (una condición cultural)” (Feixa, 1988: 16).

La categoría de juventud emerge triunfalmente con la modernidad, pero comparte algunas similitudes con otros momentos históricos, principalmente la elaboración de rituales de iniciación o de paso, que se atribuyen cambios físicos que significan la entrada a la constitución de una identidad genérica que conlleva socializaciones diferenciadas. No obstante, la idea de juventud siempre ha constituido una necesidad sociohistórica por hacerla presente:

La juventud forma parte de esa necesidad social por definir y envolver en diversas abstracciones y construcciones semánticas a ese sector que deambula y se escabulle, que no se define per se sino por su indistinta y multivariada manera de aprehender e identificarse con la realidad (Zebadúa, 2009: 43).

A partir del siglo XX estos debates “se aglutinaron alrededor de dos polos: el biológico médico-psicológico y el sociológico-antropológico” (Urteaga y Sáenz, 2010: 284), aunque ya se elaboraban trabajos relacionados con la juventud no se autodenominaban “estudios de la juventud”, por lo que en muchos de los casos, el término de la edad era fundamental, según la dicotomía que observan los autores.

Bourdieu (1990) señala que “las clasificaciones por edad vienen a ser siempre una forma de imponer límites, de Producir un orden en el cual cada quien debe mantenerse, donde cada quien debe ocupar su lugar” (Bourdieu, 1990: 119). Al igual que las clasificaciones por clase, sexo o raza, en los rangos de edad se engloban a todo un sector social basado en la edad biológica. Bourdieu (1990), nos dice que la edad es un dato biológico socialmente manipulable, lo que complejiza la relación entre la edad biológica y lo que podemos llamar edad social.

Por su parte, Valenzuela (2009) describe la edad como parte de procesos socialmente diferenciados de envejecimiento que corresponden a dos dimensiones; una diacrónica y otra sincrónica. Es decir “el tiempo social imprime marcas disimiles a partir de elementos que definen la heterogeneidad y la desigualdad en los ámbitos diacrónicos” (Valenzuela, 2009: 22). En la actualidad el rango de la juventud se ha extendido (según el INEGI, 2012) desde los 14 a los 29 años. Estas edades sociales cambiantes obedecen a condiciones de existencia que se viven más o menos aceleradas al pasar a diferentes estadios históricos. Valenzuela establece que también en los ámbitos sincrónicos se viven diferentes edades acordes a la intensidad de tiempo social: “que definen formas diferentes de envejecimiento entre personas de distintas clases sociales” (Valenzuela, 2009: 34).

Por lo que se puede observar en los párrafos anteriores, la abstracción por la que pasa el concepto se afianza, en primer lugar, como un principio arbitrario, socialmente constituido y desde las distintas esferas de poder en donde se realiza (Zebadúa, 2009). De esta forma, es preciso hablar de distintas juventudes o de diversas formas de construir la condición juvenil, porque la propia concepción de “joven” limitaba a ese conjunto de colectivos que desde diferentes contextos sociales, económicos, políticos y culturales se reconstruyen significativamente y que ahora pueden ser observados desde sus múltiples formas de posicionarse.

En este sentido, las categorías de “jóvenes” y “juventudes” emergen ahora como una plataforma explicativa que da cuenta de un sector de población que, si bien no fue parte de las agendas de las ciencias sociales consideradas como “clásicas”, irrumpe ahora como toda una escuela de pensamiento que despliega al campo de lo juvenil como parte de un complejo constructo donde las propias agencias sobre cómo se incluyen en los actuales contextos genera ya todo un importante discurso desde la cultura y propone la necesidad de repensarlos y resignificarlos, toda vez que forman parte de las tensiones de esta realidad actual.

Desde luego, esto puede analizarse desde distintos horizontes porque, justamente, las juventudes no se limitan a un solo anclaje de conocimiento; por el contrario, la expansión de su análisis es lo que conlleva su observación desde un punto de vista crítico:

Si comparáramos a los jóvenes de la clase dominante, por ejemplo, a todos los jóvenes que entran en la escuela normal superior...de administración... Etc., veríamos que estos “jóvenes” tienen más atributos propios del adulto, del viejo, del noble, del notable, cuanto más cerca se encuentran del polo del poder. Cuando pasamos de los intelectuales a los gerentes generales, desaparece todo lo que da un aspecto joven... (Bourdieu, 1990: 120).

Así, un joven puede serlo o no en tanto esté en la mira institucional de la moral social con que se escudriña, desarrollado en un marco de exclusión “edadista” en donde lo que se pondera como más importante es la edad y la inherente madurez que ésta conlleva. Es obvio pensar que quienes no comparten esta visión pueden ser considerados marginales a este estado de cosas que gestiona la normalidad como algo inmutable. Estas juventudes se vuelven centro de atención por las crisis educativas, económicas, familiares, políticas y religiosas en las que se desenvuelven. Son vulnerables a la poca oferta de trabajo, también lo son desde las dramáticas interrogantes que la institución familiar vive actualmente, a las recurrentes e inacabables crisis económicas nacionales, etc.

Reclusión juvenil en Chiapas: contexto geográfico e institucional

Hablar de jóvenes recluidos en el CIEA villa crisol implica no sólo una condición de edad cronológica, sino también los procesos sociohistóricos que construyen un tipo de juventud en relación a ciertos contextos, actividades, imaginarios, rituales de adscripción, a una generación y a las denominaciones institucionales. Según la Encuesta Nacional de Juventud (2011), en Chiapas existen 1.67 millones de jóvenes, de los cuales hay 857 mil mujeres y 806 mil hombres y es una de las ocho entidades del país que concentra una población mayoritariamente joven en rangos de edad de 12 a 29 años. Sin embargo, los ritmos sociales de vida permiten diferenciar que hay quienes no consideran la etapa de juventud vivida, pues parte de la población en esos rangos de edad han trabajado desde pequeños o pertenecen a comunidades rurales o indígenas y no necesariamente han tenido una etapa de moratoria hacia la adultez.

Por otra parte, algunos de los indicadores más altos del CONEVAL (2010) es la ausencia de seguridad social, la incertidumbre en materia de vivienda, junto con el rezago educativo. Es la principal referencia contextual en la que se desenvuelven estos jóvenes, asimismo, la entidad cuenta con un porcentaje muy alto de población en pobreza lo cual ha aumentado un 1.5% del 2012 al 2014; según el CONEVAL (2014) en la “evolución de la pobreza y pobreza extema nacional del 2010-2014” la población en extema pobreza ha disminuido un 6.5% desde 2010 a 2014.

La población carcelaria en el estado, al igual que lo largo del país, suele ser población en situación de marginalidad o extrema pobreza. Quienes están en los tutelares para menores son parte de estas casi inamovibles cifras de distribución económica, sin embargo, hay que pasar de criminalizar la pobreza a explicar los mecanismos que conllevan.

En la población de Berriozábal, Chiapas, se encuentra el CIEA Villa Crisol, uno de los tutelares estatales, en donde se mantienen recluidos jóvenes originarios de diversos contextos como los municipios de tuxtla Gutiérrez, Yajalón, Simojovel, San Cristóbal de las Casas, Ocosingo o de otros estados (Veracruz y Michoacán) o países como el Salvador y Honduras. Berriozábal sobresale en la región por el mayor número de localidades rurales y por su alto índice de marginación, según el censo de población y vivienda 2010.

El rango de edades de los jóvenes que ingresan al CIEA Villa Crisol es de 12 a 25 años[4], ante la ley se consideran adolescentes de 12 a 18 años y adultos jóvenes hasta los 25 años; suelen cumplir condenas hasta de 10 años, según el delito. En general, las razones de ingreso son robo, pandillerismo, daños a salud, violación, homicidio, o golpes a terceros. La mayoría proviene de colonias urbanas marginadas de la capital del estado como Patria Nueva, la 24 de Junio, las Granjas, la Reliquia o Terán por mencionar algunas, otra minoría proviene de ciudades denominadas zonas agrícolas o selváticas, en otros casos de comunidades indígenas.

Estas personas pertenecen a una clase social pobre, generalmente sus historias familiares han sido problemáticas; las condiciones de pobreza pueden observarse en la discontinuidad de las visitas que pueden prolongarse hasta por siete meses. Otro aspecto que los vuelve vulnerables es su casi o nula escolaridad, algunos han terminado primaria o secundaria y una mínima parte se encuentra cursando la preparatoria o incluso la universidad. Su cuerpo denota rasgos de desnutrición o algunos problemas de la piel, su vestimenta y su higiene se encuentran al margen de sus propias posibilidades de bienestar.

Estos jóvenes son, al mismo tiempo, producto y productores de significados juveniles de masculinidad, que no corresponden únicamente a un segmento poblacional aislado que ha quebrantado la ley y las normas, sino son varones educados en un sistema genérico patriarcal y desigual, justificados en las condiciones delictivas y violentas en las que socializan como hombres pero además, como estadio doblemente vulnerable, de posible desviación. Sin embargo, existe una educación o reeducación sobre su masculinidad por parte de la institución, ya que comparte formas con las otras instituciones estructuradoras del ser hombre. Un ejemplo de ello es la organización sexo/género en los espacios de reclusión, en su mayoría espacios ocupados por los varones jóvenes, de igual forma en los trabajos elaborados, los valores fomentados y las disposiciones corporales, las actividades de ocio, las exigencias de ser “hombrecito” y aguantar el encierro.

La función de estos tutelares es paradójica, si bien son consideradas instituciones reformatorias para quienes se han “desviado”, pareciera que los estigmatiza:

El sistema capitalista pretende luchar contra la criminalidad, eliminarla por medio de un sistema carcelario que no hace, justamente, más que producirla...el criminal producido por la prisión es un criminal útil, útil para el sistema (Foucault, 2012: 58).

Para Foucault (2012) las prisiones eliminan al ser social para imponerle un tipo de relaciones dominantes, señal que el acto delictivo en sí puede ser una representación de la inconformidad social, pero pasa a ser aplastado por la gran maquinaria judicial.

Entre los jóvenes del CIEA Villa Crisol, considerarse como tales implica una constante contradicción con el modelo que, en teoría, jamás alcanzarán para ser “verdaderos hombres”: maduro, trabajador, mayor de edad, casado, estudiante o profesional, responsable de familia. Para ellos, parte de su construcción de juventud es lo que los identifica con sus pares de edad, de barrio o delito; que suelen describir como tiempo de loquera, de diversión, de irresponsabilidad, de la música, algunas novias, drogas, errores, pero al mismo tiempo buscan ese ideal de hombre joven.

Por tanto, en un primer momento se aprecian dos formas divergentes de reconocerse y asumirse, por un lado ser joven y por el otro ser hombre (referencia a adulto), pero en un segundo momento podemos observar que las construcciones tanto de hombre adulto u hombre joven se entretejen en un sistema de relaciones de poder que incorpora y reproduce de manera diferenciada elementos simbólicos de virilidad determinados en gran medida por su condición de género.

No dejan de estar presentes las humillaciones o la desvalorización del tipo de masculinidad juvenil, pobre, delincuente y privada de muchas cosas que han incorporado, ya sea de discursos institucionales, familiares, de los medios de comunicación, la publicidad, de las iglesias que van cada semana al CIEA Villa Crisol, de los profesores, trabajadores sociales, criminólogos o psicólogos que los atienden. Es decir, comparten un estigma que se burlan de él o le sacan provecho. Estos jóvenes elaboran una construcción identitaria masculina contradictoria a una hegemonía masculina adulotocéntrica y de clase, pero al mismo tiempo que pueden ser marginados en otros espacios, en éste significa ejercer algunas veces ciertos privilegios.

En voz de Juan, después de escuchar una plática con el personal psicopedagógico, dice: “Ellos piensan que conocen y tiene sus formas de pensar, pero no saben que nosotros tenemos la escuela de la calle” (DC[5], junio, 2013). Ello evidencia que tienen otras herramientas y capitales sociales que les son útiles en contextos de continua violencia, sobrevivencia y pobreza, que no encajan con los discursos del desarrollo, rehabilitación o educación de estas instituciones.

Por otro lado, ser de calle, cholo o de pandilla dentro del CIEA Villa Crisol es un capital social muy importante, incluso es un tipo de hegemonía masculina juvenil que se construye a partir de compararse y opacar a los jóvenes que provienen del campo o de comunidades indígenas, los cuales no tienen tanto peso o no son parte de los grupos mayoritarios.

Otro reto es mantener un estatus de hombría, si bien no son considerados del todo como hombres u “hombres cabales” como llama López Moya (2010) a las masculinidades dominantes de un contexto por encontrarse en un estadio entre adolescente-joven; al mismo tiempo, no deben dejar de ser heterosexuales, sin cabida a prácticas homosexuales o afeminadas, las cuales a veces son mencionadas como parte de juegos de palabras, nunca hablado abiertamente, puesto que en el sistema genérico de los sexos ser mujer es sinónimo de ser dominada o con menor fuerza y poder que los hombres. En un contexto donde las relaciones de poder se viven crudamente a través de y en el cuerpo, hay que exaltar el poder de lo masculino sobre lo femenino.

Para Bourdieu (2000) las relaciones sociales de dominación y de explotación instituidas entre los sexos se inscriben en dos clases de hábitos diferentes, bajo la forma de hexis corporales opuestos y complementarios, que conducen a clasificar todas las cosas del mundo, según la oposición entre lo masculino y lo femenino:

Corresponde a los hombres, situados en el campo de lo exterior, de lo oficial, de lo público, del derecho, de lo seco, de lo alto, de lo discontinuo, realizar todos los actos a la vez breves, peligrosos y espectaculares, que, como la decapitación del buey, la labranza o la siega, por no mencionar el homicidio o la guerra, marcan unas rupturas en el curso normal de la vida; por el contrario, a las mujeres, al estar situadas en el campo de lo interno, de lo húmedo, de abajo, de la curva y de lo continuo, se les adjudican todos los trabajos domésticos, es decir, privados y oculto (Bourdieu, 2000: 45).

Los jóvenes del CIEA señalan que, más que sentirse hombres adultos, se sienten como adolescentes que han vivido desenfrenadamente; se han equivocado y por eso están en el CIEA Villa Crisol. Apuntan constantemente que tener pláticas religiosas, talleres, clases y estar encerrados, los ha hecho recapacitar para madurar y ser hombres de bien, por lo que la juventud es esa contraparte que significa locura, fiestas o delincuencia y ese camino los ha llevado a donde están ahora.

Es decir, una masculinidad juvenil que se mide diferente a la feminidad, luego a una masculinidad adulta, o al ser hombres (que pertenece a los varones adultos) se vuelve el nuevo ideal o el discurso sobre lo deseable para lograr una reinserción social.

Sistema penal: criminalización de la pobreza

La Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) 2016 estima “a nivel nacional que el 59.1% de la población de 18 años y más considera la inseguridad y delincuencia como el problema más importante que aqueja hoy en día en su entidad federativa, seguido del desempleo con 40.8% y la pobreza con 31.9%” (INEGI, 2016).

A la par de estos porcentajes de percepción, se encuentra inherentemente la criminalización de la juventud de cierta clase social, por ser considerados violentos, delincuentes u homicidas en potencia, razones que tiene que ver con las funciones históricas que cumplen los tutelares para menores. Estereotipos reforzados por los mismos individuos estigmatizados, para responder a una sociedad que los discrimina, al mismo tiempo que para ellos significa excluir al otro que lo ha excluido.

Estas lógicas de exclusión mutua y automarginación, alimentan el círculo de criminalización de la pobreza, especialmente a los jóvenes varones. El tinte masculinizado de la delincuencia obedece a una especie de socialización propia de la conformación de la identidad masculina a nivel nacional y estatal.

El régimen de la violencia, la virilidad, la fuerza, el poder, el dominio y el vandalismo está fuertemente asociado a una socialización masculina en contraste con una socialización femenina que remite a la docilidad, obediencia, bondad o debilidad, diferencias reflejadas en los altos porcentajes de población varonil en los centros de internamiento para adolescentes a diferencia de una mínima proporción femenina, según el Anuario Estadístico y Geográfico por Entidad Federativa 2015, los menores registrados en los Consejos Tutelares de Menores Infractores en Chiapas son 272 en el 2012 y 461 en el 2013 de los cuales solo 22 y 31 son mujeres en los respectivos años, situación similar a lo largo del país (INEGI, 2016).

Se aprende a ser joven y asumirse como hombre en las interacciones cotidianas, dentro de instituciones familiares, educativas, eclesiásticas o por los medios de comunicación, y cuando no se obtienen los resultados esperados y los jóvenes rompen las reglas sociales son recluidos en centros tutelares, espacios considerados por Goffman (1991) como realidades extremadamente persuasivas y que fungen como normalizadores.

Las desigualdades cada vez más marcadas entre las grandes metrópolis respecto a los márgenes urbanos o los poblados rurales, constituyen un imaginario político y sociocultural de esas colonias o localidades, que representan el lugar donde viven los más pobres pero además los más peligrosos, y donde se gestan los delincuentes juveniles, imaginario reforzado si observamos los lugares de donde provienen en su mayoría la población del CIEA Villa Crisol.

La criminalización de la pobreza es un proceso complejo, que engloba estas diferencias reales antes señaladas, pero que se validan a través de afirmaciones legales, penales, científicas, difundidas sobre todo por los medios de comunicación. Cualquier encabezado de una nota de la sección policiaca de un periódico o noticiero televisivo, enunciará la descripción de quien delinque, el lugar de origen y una fotografía que además de dar a conocer al delincuente, establece una lógica racial y corporal de quienes viven en ciertas áreas, cómo son y de lo altamente criminales que pueden ser.

Estas discriminaciones de seguridad pública diferenciadas, cristalizan los guetos como espacios urbanos alejados y desconectados de la sociedad, instalados en las orillas de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, colonias asentadas en zonas de reserva ecológica o propiedades privadas invadidas, situación producto de la poca oferta de seguridad social. Sin embargo, a pesar de la influencia y la determinante del medio, los jóvenes más que verlos como sujetos influenciables, propensos a delinquir en razón de su edad, clase social y género, son sujetos capaces de generar estrategias ante estos determinismos, de reflexionar sobre su vida y su futuro para decidir una trayectoria de vida diferente o igual a la que vivieron sus padres, tíos, amigos del barrio o de pandilla.

En el CIEA Villa Crisol se encuentran jóvenes que son de ciudad o espacios cercanos a centros urbanos y los que son de otra parte del estado. Los que son de la ciudad de tuxtla Gutiérrez o han vivido ahí generalmente pertenecen grupos o pandillas como: Maras 13, la Pandilla 18, 7Klika, Sureños 13, Vatos Locos, por mencionar algunos.

En este caso quienes representan mayor jerarquía son los Maras 13, que disputan el poder con la Pandilla 18, por lo que en el centro de reclusión los mantienen aislados, no pueden estar en un mismo taller o sesión. Estos jóvenes suelen compartir y crear una cultura del hip hop, el rap o el reggae, realizan grafiti o escriben rimas para rapear, y muestran gran interés en escribir sobre su condición.

La corporización de sus territorios es mostrada algunas veces por medio del tatuaje, colocando en partes visibles del cuerpo el nombre de su pandilla o el nombre de su colonia. Seguido de ello el nombre de alguna mujer importante en sus vidas, su madre o alguna de sus novias. Dentro del internado existen en menor medida, jóvenes que son de comunidades indígenas o campesinas y que son opacados por los que vienen de la ciudad o de contextos urbanos jóvenes que pertenecen a los municipios de Ocosingo, Venustiano Carranza, Tila, Pujiltic, Benemérito de las Américas, Simojovel, entre otros, suelen ser más callados, existen relaciones de poder entre ellos mismos, pero en función de la edad o el tiempo que tengan dentro del CIEA Villa Crisol. Estos conviven perfectamente con los otros chicos de crews o pandillas pero existen fronteras específicas de convivencia. Suelen contar anécdotas de vida relacionadas con el trabajo desde muy temprana edad, más que de fiestas o “cotorreos” en grupo. Estas diferencias convergen con otras situaciones que si comparten casi la mayoría, como las adicciones ya sea al alcohol, mariguana, cocaína o inhalantes.

Ser de pandilla representa, en este contexto, una masculinidad hegemónica que subordina o mantiene al margen a otras, este modelo de masculinidad concreto comparte valores como la lealtad, la violencia, el liderazgo pero, sobre todo, morir por la pandilla, a la que han considerado como una nueva familia.

Significados de ser hombre en el CIEA Villa Crisol: experiencias y trayectorias

En general, uno de los prejuicios que afloran en estos contextos es pensar a los jóvenes del CIEA Villa Crisol como seres totalmente dominados y sujetos a la autoridad de guardias, psicólogos, maestros y directivos. Sin embargo, estas posiciones, convergen cotidianamente con una serie de relaciones, actividades, espacios, negociaciones, luchas y cuotas de poder.

La masculinidad en reclusión, implica la constante construcción genérica en un contexto particular de encierro, pero al mismo tiempo significa un momento de quiebre con el espacio público, una interrupción de prácticas. La forma en que los jóvenes conciben su tiempo en reclusión es determinada por la primera experiencia al ingresar al internado:

Fue espantoso, horrible... Me dio miedo, es que tenía yo miedo, porque pensaba que era ya de mayores, pensé que me iban a golpear, pues, ya venía preparado para eso, pero ponle que para que me esté golpeando otro loco pues como que no, no me llega, pero que, eran unos mocosos también que estaban aquí (Alberto, e1[6], mayo, 2014).

Recordar el primer momento en que entraron al CIEA Villa Crisol, significaron grandes silencios y voces quebradas para unos; para otros un momento emocionante, anecdótico, pero todos preparados y mentalizados para lo que podía pasar:

La neta se derrumbó mi mundo, entrando acá, en el portón, cuando iba subiendo, de noche, me llevaban así (con las manos atadas por atrás) la neta tenía ganas de llorar, pues me dijeron que no levantara la vista. Iba yo viendo, miré como eran los polis, había unos perros ahí y se miraba como una (cárcel) grande, y dije: no la neta, hasta aquí caí (Hugo, E3, mayo, 2014).

El principal miedo para quienes nunca habían ingresado, era que fuera como la “grande”, así le llaman a los reclusorios para adultos. Quienes han sido detenidos en el momento con otros mayores de edad, son llevados directamente al CERESO El Amate no. 14, para adultos, dónde pueden pasar días o meses, hasta que familiares lleven actas de nacimiento para demostrar que son menores de edad. Para algunos, ser recluidos con los amigos o compañeros de delito significa seguridad, por lo tanto, aunque sean menores permanecen en un primer momento en el reclusorio para adultos:

De sentir no sentí nada, nada más dije, chale estoy con puros chamacos ya me había adaptado a un CERESO, en la tutelar de menores, miré todo diferente, ahí te tienes que acatar a unas reglas, para ir a la comida tienes que entrar fajado, para ir a la escuela te tienes que bañar y todo tiene una regla. Los que mandan ahí son los comandantes...te dicen haz esto, haz el otro y te cortan tu cabello, como ellos gusten, no tienes preferencia a nada, te sientes como más encerrado, pues (Manuel, E9, mayo, 2014).

Esta experiencia previa a CIEA Villa Crisol, significa un capital simbólico muy importante, pues han estado “en la grande con los hombres”, sin necesidad de estar a la tutela de los guardias todo el tiempo, por lo tanto, se establecen relaciones diferentes ante los menores que no han estado en otro reclusorio, por eso manuel siempre se muestra seguro ante los demás.

Se parte de que la conformación de la identidad de las personas como hombres o mujeres, la asignación y el ejercicio de un género de acuerdo a un sexo, forman parte de un proceso cotidiano de reafirmación, negación o discusión de una identidad, la masculina o la femenina, en el que el cuerpo visto es un aspecto fundamental (Esteban, 2013).

Los principales espacios dentro del internado se dividen en las villas, salones de clases, un salón de cómputo, el auditorio, la cancha de futbol, área de visitas, talleres, salones de preparatoria y telesecundaria, campos de hortalizas, comedores, lavaderos, área médica y villas femeniles. Los espacios que no se perciben a simple vista son las celdas compartidas, celdas de castigo, baños, lugares que son descritos según por los jóvenes.

La cancha de fútbol ocupa el lugar central de convivencia y recreación, es visiblemente el más grande e importante dentro del penal, después del auditorio. Generalmente al llegar al CIEA Villa Crisol, si no tienen alguna otra actividad como la misa, pláticas religiosas, visitas, comida, escuela o talleres, los jóvenes se encuentran jugando fútbol o basquetbol.

Al principio parecía que era lo que más les gustaba hacer, con el tiempo se observó que las canchas son un lugar impuesto, ya que no a todos les gusta jugar algún deporte, pero socializan dentro de las canchas durante las horas de esparcimiento. Es un espacio amplio, enmallado, donde son llevados en ocasiones obligatoriamente a jugar, realizar torneos o pasar el tiempo ahí antes de ser llevados a sus celdas. Dentro del juego la posición que ocupen, lo bueno o malo que sean para jugar, el tiempo que pasen en las canchas cuando hay oportunidad y la inversión física que le dediquen al deporte, brinda cierto estatus dentro de los grupos.

Aquí no importa si son de comunidades, si son de pandillas, si están más grandes, si tiene preferencias sexuales diferentes, si se ven delicados o si se ven “fresas”. Lo que importa es la presentación corporal dentro de la cancha, las habilidades que implica y la violencia con la que se cuente para realizarlo, sin llegar a golpes o peleas abiertas. Las diferencias parecen disolverse momentáneamente, hasta quedar quienes saben y quienes no saben jugar fútbol, sin embargo, es el campo principal donde se llevan a cabo luchas de poder, donde se dirime la supremacía, por ganar, por meter más goles que el otro equipo. Es decir, demostrar quién es más hombre para jugar.

Las canchas de futbol son el espacio masculino por excelencia, existe un horario de recreación deportiva, además de hacer ejercicio constantemente, jugar fútbol es el momento en que pueden tocarse y acercarse públicamente sin ser tildados de jotos o maricas.

A la par es el momento donde pueden decirse groserías o golpearse ligeramente, sin ser abiertamente castigados. Es el momento en que en que se ponen en juego expresiones de virilidad; se demuestra la fuerza, el honor, la agilidad, la rapidez, el cálculo, la temeridad, sudan, se quitan la playera después de un rato, dejan ver los pantalones o shorts a media cadera, sobresaliendo la ropa interior, se observan algunos tatuajes de la espalda, pecho o brazos que de otra manera permanecen invisibles, prácticas que también realizan algunas veces dentro de los salones o en los talleres. Algunas veces, otros jóvenes que no juegan solo se sientan a ver el juego, mientras hacen alguna manualidad, platican o dibujan, igualmente los policías los siguen todo el tiempo con la mirada, los observan y también se emocionan al ver goles o jugadas.

En los juegos pueden burlar al otro, quitarle el balón, retarlo en la cancha, y no necesariamente por medio de golpes, aunque quizás fuera del juego se reviva la pelea. Y si se llegan a dar, hay que saber negociar o responder a las ofensas, otras veces aunque no quieran pelear, tienen que hacerlo, porque está en juego su hombría, como lo cuenta manuel, al platicar sobre su relación con un compañero del taller, en el siguiente fragmento:

Incluso me agarré una vez con él, en la cancha, porque se mete a jugar fútbol bien pesado y me dobló mi tobillo, y le digo: aguanta pues verga; aguante verga de que, y se me viene y me quiere pegar uno en la cara, y le digo, neta, suave carnal estas jodido de tu pie no vale, así van a decir que soy pasado de lanza. Nel que aquí, la verga, dice, estamos en la cárcel, y en la cárcel aquí hasta el más fuerte y el más débil se defienden, me dice, pinche maricon. Nel no hay pedo, y me empecé a reír en su cara, pero lo que no me gustó es que me digan así, chinga tu madre o algo así, que vaya hacia las jefas y me dijo, la neta voy a salir y voy a matar a tu jefa y que nosé qué, y chinga a tu madre, me dice, y le digo, qué onda que me dijiste dímelo en mi cara, y me dice, chinga a tu madre, y me escupe pues y me llega acá el salivazo pues, y agarro yo, le digo, chido pues, ya me cuadré y se cuadra, pero nel no da la talla el gordito, pero si me descontó también (Manuel, E9, mayo, 2014).

Manuel sabía que el otro joven era el más grande y llevaba más tiempo en CIEA Villa Crisol, por lo tanto, ejercía cierto dominio y violencia hacia los demás. Ante la ofensa y la incitación a pelear, manuel se niega argumentando que el otro joven está dañado de su pierna, después ante la ofensa de “maricón” haciendo alusión a un comportamiento femenino, visto como miedoso, vuelve a decir que no. Finalmente, al tocar el tema de la madre, es cuando se cuestiona de manera tajante el honor y la hombría, pues para ser hombre hay que ser lo suficiente para proteger y defender a la madre. “Cuadrarse” significa hacer frente a este tipo de ofensas y pelear, cuestión que se vuelve a presentar cuando Jesús relata sobre uno motivo de pleito con otro joven, esta vez después de fallar un penal en un partido de fútbol:

Una vez fue porque jugamos fútbol y ya era la final aquí, y estábamos pateando los penales y yo falle el penal y por ese penal perdimos, y hubo un chavo que me empezó a mentar, pero toda, mi mamá, que yo era un no sé qué, que aquí que allá. Me decía, pinche colocho, porque me dicen colocho aquí, pinche colocho no sirves para nada, por tu culpa perdimos hijo de tu pinche madre, hijo de tu acá y pues yo eso que me dijo, allá afuera ya lo hubiera, ahora sí que, no le hubiera pegado, pero si ya me hubiera puesto acá de que: oye qué te pasa, pero me tranquilicé, luego luego se me vino a la mente mi mamá en lo que le prometí, y me dice este, no qué, ahorita vas a ver que pedo y como que temblaba así del coraje yo, pero me acordaba de mi mamá y no le dije nada (Jesús, E2, mayo, 2014).

En este caso, Jesús, un chico que suele ser visto por los demás como algo “fresa”, viste con ropa de marca, además imparte clases de matemáticas a otros jóvenes por el hecho de haber cursado hasta segundo semestre de licenciatura, por lo que representa un capital a su favor. La ofensa que detona el coraje es lo que tiene que ver con su madre, pero al mismo tiempo señala como su madre y su novia, le dan fuerzas para no meterse en pleitos.

Fallar en el juego algunas veces puede significar fallar como varón, al mismo tiempo, se vuelve el blanco perfecto para buscar pleito y reiterar su fuerza y violencia. El hecho de que sea en las canchas y el pretexto sea un juego de fútbol, tiene que ver con que el evento sea público, observado por toda la población, para que sirva como ejemplo para los demás, es decir, la socialización y el aprendizaje de la masculinidad se lleva a espacios o microespacios como los internados para adolescentes, pero se reitera a su vez en espacios preponderantemente públicos y masculinos dentro del internado.

Conclusiones

Abordar las masculinidades desde los márgenes obedece a la necesidad de describir y ubicar conte tualmente a ciertos procesos de masculinización que, si bien no escapan de modelos hegemónicos de masculinidad, representan formas subordinadas y contestatarias al modelo dominante de “ser hombre” que varían contextualmente. Considerar el contexto de reclusión como un campo que da cabida a la visibilización y la emergencia de masculinidades juveniles peculiares es una postura influenciada por el carácter de los estudios culturales latinoamericanos, orientados a valorar el contexto.

Los jóvenes que se encuentran en el CIEA Villa Crisol, son producto y productores de una sociedad que promueve abiertamente la cultura de la violencia, la corrupción, la violación, el narcotráfico, el alcoholismo, el machismo como relación genérica, pero al mismo tiempo representan una población marginada y castigada por los propios fracasos de ésta. Esta doble moral es permeable con los modelos de masculinidad. Por un lado, se promueven prácticas masculinas ligadas a la razón, evitando la violencia, al control de las emociones, a una paternidad responsable, interesada en construir relaciones equitativas. Por otra parte, es sancionado y puesto en duda un hombre que no alcanza un nivel económico alto, quien no es exitoso laboral y sexualmente, quien no es proveedor, quien no corre riesgos, quien no cumple con ciertos estándares de belleza, quien realice prácticas consideradas femeninas o no funge como protector de familia.

La diferencia histórica de género durante los procesos de reclusión, especialmente femenina, da cuenta de que está pasando con los hombres de cierta edad y en contextos diversos. Además, son menos las mujeres que ingresan a los centros penitenciarios, pero suelen tener consideraciones u omisiones legales debido a que se considera que su naturaleza no es bélica, delictiva o cruel; se suele argumentar que están en prisión por influencia de otras personas, guiadas por la pareja, el amor o los hijos.

Si bien a lo largo del texto se habló principalmente sobre los varones que se encuentran en el CIEA Villa Crisol, la construcción de la feminidad, los imaginarios y las relaciones con las mujeres son cruciales para comprender lo masculino, son apropiaciones que coexisten en tanto son negadas, comparadas y jerarquizadas mutuamente.

Las trayectorias de cada uno de los jóvenes, son relatos aislados, difíciles de comprender si no vaciamos aquellas imágenes simplistas reproducidas por lógicas sociales fundamentadas en la penalización y criminalización de la juventud o la pobreza. Las experiencias individuales experimentadas, como las denomina Bourdieu (1993), explican y obedecen a sucesos institucionales, económicos, políticos y culturales múltiples, son claves para comprender la realidad social construida día a día.

Precisamente, la construcción de un tipo de masculinidad que ha naturalizado la violencia, la fuerza y el poder como una disposición innata de los varones, socialización encaminada a demostrar la virilidad en función de estos valores, tiene relación directa con las altas cifras de criminalidad y delincuencia por parte de varones a diferencia de las mujeres. Sin embargo, los contextos determinan de manera diferente estas relaciones.

Los jóvenes que se encuentran recluidos han cometido delitos en función de campos simbólicos de la masculinidad, tales como violación sexual, homicidio a cónyuges por infidelidad o a quien se considera enemigo. Muchos de ellos se encuentran por amenazas, golpes o robo, también por pertenecer a grupos delictivos encargados de distribuir drogas o armas. Estas prácticas implican adquisición de poder, de virilidad, de respeto que los coloca en una posición de proveedor, dominante y respetable.

Por lo consiguiente, para un tipo de masculinidad juvenil marginada pero al mismo tiempo hegemónica en otros espacios, el paso por la prisión representa parte de los sentidos de una masculinidad juvenil que pertenece a contextos urbanos de estratos sociales medios y bajos. Estas masculinidades operan desde posiciones al límite de una clase social, de una posición económica, de una generación, de posibilidades educativas y de los significados socialmente aceptables de lo que es ser hombres.

Estos procesos de marginación y subordinación son reproducidos hacia otras masculinidades, desvalorizadas por pertenecer a contextos rurales o indígenas, por ser parte de una clase socioeconómica distinta, por resaltar aspectos femeninos, orientación sexual diferente o bien no aceptar ninguna designación de género, por ser padres de familia a temprana edad, lo que significa la entrada al mundo adulto.

En otros casos, subordinan a quienes consideran desprotegidos o débiles en este contexto, como alguien que demuestra miedo al entrar, porque son menores de edad, por su lengua originaria, por desconocer el lenguaje y códigos comunes entre ellos, de quien hable abiertamente su orientación genérica, de quien tenga prácticas homoeróticas solo por placer o de quienes no demuestren fuerza.

Del mismo modo, pueden ser cómplices o representantes de otras masculinidades hegemónicas como la figura de quienes se dedican al crimen organizado, si bien no comparten las mismas posiciones sociales y económicas, se comparten ciertos campos culturales simbólicos. De estas masculinidades no se consideran dominados o amenazados por esta forma de ser hombre, sino que incentivan o se convierten en un referente de una masculinidad hegemónica que opera desde la marginalidad.

Estas prácticas y experiencias en el CIEA Villa Crisol se reproducen de manera peculiar pero siempre en conexión con imaginarios culturales más amplios, conformando o reformando una concepción global de masculinidad, son estructuras abiertas a cambios, a rupturas que dan paso a una reconstrucción masculina.

Cualquier política o estrategia destinada a atender problemáticas relacionadas con género y juventud, debe partir de que las constituciones de género son determinadas por las trayectorias y las experiencias de vida; debe pensarse en masculinidades plurales que se encuentran en diferentes posiciones y que son circunstanciales.

La prevención antes que la penalización hacia los jóvenes que delinquen en algún momento de sus vidas, deber ser prioridad para quienes consideremos lo cultural como procesos de sentidos, significados y esquemas de acción.

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Notas

3 Una categoría analítica que reúne una serie de metodologías y bagajes teóricos dedicados al estudio de las construcciones sociales de lo femenino y lo masculino, de acuerdo a un sexo dado.
4 En los artículos 6, 7 y 8 de la Ley del Sistema Integral de Justicia para adolescentes en el estado de Chiapas, se establecen 12 años como la edad mínima y 18 años como la máxima para ingresar al internado, sin embargo, “la edad a considerar será la que tenía la persona al momento de realizar la conducta tipificada como delito,” por tanto puede ingresar hasta los 25 años siempre que el delito que se le acusa haya sido cometido antes de la mayoría de edad.
5 Se usará DC, para referirse al Diario de Campo de los investigadores, seguido por la fecha de registro.
6 Se usará E1 para referirse al número de entrevista realizada por fecha y se cambiaran los nombres por seguridad de los jóvenes entrevistados.


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