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La barbarie y su superación en Francisco Javier Clavijero
Barbarianism and its overcoming in Francisco Javier Clavijero
Nóesis. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, vol. 26, núm. 51, pp. 84-93, 2017
Universidad Autónoma de Ciudad Juárez


Recepción: 04 Enero 2016

Aprobación: 12 Marzo 2016

DOI: https://doi.org/http://dx.doi.org/10.20983/noesis.2017.1.5

Resumen: En sus estudios sobre las culturas indígenas del territorio novohispano, el jesuita ilustrado Francisco Xavier Clavijero recurre con frecuencia a la noción de bárbaro. Esta noción, cuyas implicaciones él desarrolla expresamente, ejerce en su obra una función específica como instrumento interpretativo de la realidad social. La noción se orienta, en última instancia, a favorecer la promoción humana y cultural de los indios a través de la educación. Clavijero continúa, así, la tradición misionológica y pedagógica hispánica que, iniciando su andadura en el siglo XVI, constituiría una de las notas distintivas del dominio español en América.

Palabras clave: Francisco Javier Clavijero, barbarie, culturas indígenas, educación.

Abstract: In his studies on the indigenous cultures of the territory of New Spain, the Enlightenment-influenced Jesuit Francisco Xavier Clavijero makes frequent use of the term “barbarian”. This notion, whose implications Clavijero expressly develops, has a specific function in his works as an interpretative instrument for social reality. The notion of barbarianism is oriented, ultimately, towards promoting the human and cultural development of the Indians via education. Clavijero thus continues the Hispanic tradition of missiology and pedagogy in the New World, a tradition that began in the sixteenth century, and which contitutes one of the distinctive notes of Spanish domination in America.

Keywords: Francisco Javier Clavijero, barbarianism, indigenous cultures, education.

Introducción

Durante el dominio español en tierras americanas, hubo de plantearse el problema de la integración de grupos humanos de muy diversas culturas en la sociedad hispánica. Esta integración, en sus aspectos más profundos y enriquecedores, la llevarían a cabo las órdenes religiosas: franciscanos, dominicos y agustinos, primero; posteriormente, también los jesuitas. Hasta su expulsión en 1767, la Compañía de Jesús llevaría a cabo una incansable labor educativa y evangelizadora, muchas veces entre grupos remotos y marginales.[1]

Para comprender la inmensa variedad de grupos humanos hallada en América, los autores del Siglo de Oro hispánico habían recurrido al concepto de bárbaro, perfilando, precisando, limitando o matizando la noción clásica para adaptarla a la nueva realidad social. Juan Ginés de Sepúlveda ([1545] 1984) había hecho de esta noción la piedra angular de su justificación de la conquista. Bartolomé de las Casas ([1552] 1998:80-94, 118-24) y José de Acosta ([1588] 1984:60-68), por su parte, desarrollaron sendas clasificaciones de la barbarie, en un intento por ubicar a los pueblos americanos en el panorama más amplio de las civilizaciones humanas e identificar los medios más idóneos para su evangelización.[2]

Ya en el marco de las reformas borbónicas, el imperio español se replanteó la relación con los “indios bravos”, “bárbaros” o “salvajes” que habitaban en las fronteras de sus dominios. Estas fronteras adquirían una importancia creciente ante el avance de los rivales europeos de España —a los que se agregaría Estados Unidos— en tierras americanas (Weber, 2005:5-6). En este contexto, el jesuita novohispano Francisco Javier Clavijero (1731-87),[3] figura señera de la ilustración mexicana, constituye un caso preclaro del recurso a la noción de barbarie para el estudio de grupos humanos marginales, poco conocidos o, en cualquier caso, marcados por la alteridad.

Desde muy joven, Clavijero convivió con los indígenas súbditos de su padre, lo que le permitió aprender las lenguas nahua, otomí y mixteca (Cuevas, 2003:x).[4] Ello le sería de gran utilidad en la confección de su Historia antigua de México (1780) (en adelante, Historia antigua), obra en la que Clavijero responde a las teorías científicas sobre la inferioridad de flora, fauna y cultura americanas que sostenían algunos ilustrados.[5] Clavijero también simpatizaría con la misión pedagógica de los jesuitas en las tierras de Baja California, dando lugar a la Historia de la Antigua o Baja California (1789) (en adelante, Historia de Baja California), en la que Clavijero defiende la labor humanitaria y misionera de la Compañía en aquella región ante los infundios antijesuíticos de los mismos ilustrados (Ronan, 1993:409).[6]

En la Historia antigua puede obtenerse una noción clara del concepto clavijeriano de barbarie, así como la ubicación geográfica de la barbarie en el territorio novohispano. En la Historia de Baja California tenemos, por otro lado, una caracterización más particular y concreta de la barbarie, a la vez que la explicación de los medios para superarla, ejemplificados por la labor económica, pedagógica y misionera de los jesuitas en la región. Sin la pretensión de ofrecer una interpretación global de la obra de Clavijero, rastrearé estos dos aspectos de la noción clavijeriana de barbarie.

1. La caracterización de la barbarie en Clavijero

Como se sabe, el término español bárbaro proviene del griego βάρβαρος, extranjero. A este término solía ligarse la atribución de inferioridad intelectual asociada a los que no eran griegos. En este sentido, no se trataba de un término neutral, sino que conllevaba una carga peyorativa. Los autores españoles, a partir del renacimiento, redefinirán la semántica del término y tomarán como su acepción primaria la de irracional, antisocial o a-político, manteniendo el aspecto de la extranjería sólo como connotación secundaria. Clavijero adoptará este uso del término, que era el corriente en el idioma español de su época. Es cierto que, en su obra —sobre todo, en la Historia de Baja California—, el término bárbaro aparece a veces prácticamente como sinónimo de indio, sin afán de señalar algún rasgo particular que manifieste la barbarie como tal (Clavijero, [1789] 1986:82, 130, 183, 216, 242). Sin embargo, aun estas menciones, que pueden considerarse incidentales, se hacen en el contexto, justamente, de una historia de pueblos bárbaros.

La mayoría de las veces, el término aparece efectivamente asociado, por lo menos de pasada, laxamente o por vía de sugerencia, a rasgos que delatan efectivamente la barbarie, tales como la simplicidad o ingenuidad (Clavijero, [1789] 1986:84); la crueldad y ferocidad (80, 91, 118, 144, 193, 197, 219, 245); la pobreza, sencillez y desnudez (90); la rusticidad o falta de refinamiento (244); la bravuconería (103), la vagancia (147) o el comportamiento antinatural (70). También hay pasajes en los que Clavijero hace un uso más deliberado y consciente de la noción de barbarie, perfilando algunas de sus notas características. Se encuentran, sobre todo, en la Historia antigua, dentro de las Disertaciones, la parte final de la obra en la que el autor polemiza con los ilustrados. En la Sexta Disertación, Clavijero impugna la opinión de Pauw según la cual los americanos, que eran “bárbaros y salvajes”, resultaban “inferiores en sagacidad e industria a los más groseros y rudos pueblos del Antiguo Continente” (Clavijero, [1780] 2003:743). Clavijero aporta entonces su propia definición de la barbarie, explicando que

[b]árbaros y salvajes[7] llamamos hoy día a los hombres que, conducidos más por capricho y deseos naturales que por la razón, ni viven congregados en sociedad, ni tienen leyes para su gobierno, ni jueces que ajusten sus diferencias, ni superiores que velen sobre su conducta, ni ejercitan las artes indispensables para remediar las necesidades y miserias de la vida; los que, finalmente, no tienen idea de la Divinidad, o no han establecido el culto con que deben honrarla (Clavijero, [1780] 2003:743).

Desde luego, los mexicanos —explica Clavijero— no encajan en esta descripción, pues sus sociedades están organizadas racionalmente ([1780] 2003:743-44). Pero hay pueblos que, como los chichimecas,[8] sí pueden ser caracterizados, al menos parcialmente, en tales términos.

En la descripción general que hace del territorio mexicano en tiempos prehispánicos, Clavijero se refiere a los pueblos situados más allá de los otomíes como “naciones bárbaras e indómitas, que ni tenían domicilio fijo ni obedecían a ningún soberano” ([1780] 2003:4). Más adelante, su explicación es más matizada: los chichimecas “unían a cierta especie de policía muchos accidentes de barbarie”. En cuanto a la policía, o régimen de vida social, ellos obedecían a una autoridad civil, tenían jerarquías sociales basadas en la estirpe y el mérito, y vivían congregados en ciudades (si bien estas se componían de chozas). Por lo demás, no usaban la agricultura ni las demás artes que caracterizan la vida civil, subsistiendo, en cambio, gracias a la caza y la recolección. Sus vestidos eran de pieles y su única arma el arco. La religión era rudimentaria (73).

En realidad, los mismos mexicanos tampoco estaban exentos de algunos rasgos (“accidentes”) de barbarie, sobre todo en su religión. Si bien Clavijero observa que la religión mexicana era ajena a las aberraciones e inmoralidades de las religiones paganas de la Antigüedad ([1780] 2003:815-16), reconoce que esta era “muy sanguinaria, que sus sacrificios eran cruelísimos y su austeridad extremadamente bárbara” (816). Pero, en última instancia —advierte—, este rigor se encontraba también en las religiones del Viejo Mundo: cananeos, egipcios, persas, fenicios, cartagineses, cretenses, galos, e incluso romanos y españoles practicaron sacrificios humanos (816-20). El único aspecto en que la religión mexicana era más inhumana que las demás era la antropofagia (821).

Tenemos, entonces, una noción de barbarie según la cual esta se caracteriza, hablando absolutamente, por la ausencia de instituciones y, por tanto, de vida civil. Los pueblos prehispánicos se consideran bárbaros en la medida en que se ajustan a esta definición. Hemos visto ya que los chichimecas se ajustan en muchos aspectos fundamentales. Los mexicanos o aztecas se ajustan en algunos rasgos particulares, relativos sobre todo a la religión. Pero quienes parecen conformarse en todo a la definición formal de barbarie serán, según Clavijero, los habitantes de Baja California. De ahí que ellos constituyan el ejemplo privilegiado para mostrar los medios por los que la barbarie puede ser y, de hecho, ha sido superada.

2. La superación de la barbarie

Además de la educación formal, hay otros medios por los que los pueblos pueden superar la barbarie. En la Historia antigua, Clavijero narra el encuentro de los chichimecas, en su peregrinación hacia Anáhuac, con unas poblaciones toltecas, nación otrora célebre por su cultura pero en ese momento reducida a la dispersión y la miseria. Los chichimecas nobles establecieron matrimonios con mujeres de estas poblaciones, adquiriendo los rasgos que habían caracterizado a los cultos toltecas: “comenzaron [los chichimecas] a gustar del maíz y demás semillas, aprendieron la agricultura, el arte de sacar los metales de la tierra y de fundirlos, el de labrar las piedras, el de hilar y tejer el algodón y otras varias” (Clavijero, [1780] 2003:7569-70). Es decir, aprendieron las artes de la vida civilizada que los toltecas habían dominado con maestría (69-70). Gracias a la benevolencia de los soberanos chichimecas, otras naciones cultas llegaron a establecerse en la región, lo cual aceleró el tránsito de los chichimecas a la vida civil (75-77). En este proceso, el mestizaje que tuvo lugar en todos los estratos sociales jugaría un importante papel, al grado que los pueblos nuevamente configurados perderían incluso la denominación de chichimecas. Ella pasó a designar a aquellos individuos que, no aviniéndose al orden de la vida civilizada, optaron por retirarse a las regiones agrestes situadas al norte y noroeste del valle de México, donde vivían “siguiendo el ímpetu de su bárbara libertad, sin jefe, sin ley, sin domicilio fijo y sin los demás emolumentos de la sociedad” (77).

En este episodio, Clavijero muestra que la barbarie puede superarse por medio del contacto, o, más propiamente, la convivencia con pueblos de costumbres civiles. Más allá de la exactitud de su valoración de la cultura tolteca como opuesta a la barbarie de los chichimecas, es de observarse que Clavijero sostiene una noción de cultura como realidad dinámica y permeable, abierta, por tanto, al intercambio. También es notable que, en este caso, la superación de la barbarie no se da por medio de la adopción o imitación de un modelo occidental, sino a través del contacto entre culturas americanas autóctonas.

Había otras regiones, sin embargo, cuya marginalidad y pobreza difícilmente atraería la inmigración de pueblos cultos.[9] Tal era el caso de Baja California, donde al desierto geográfico parecía unirse el yermo espiritual y cultural.[10] Ahí, los jesuitas establecieron numerosas misiones, las cuales ejercerían una función no sólo de evangelización, sino de educación en sentido amplio y de civilización (Clavijero, [1789] 1986:9, 250-52). Al respecto, resulta revelador el capítulo 18 del Libro segundo, donde se relatan los trabajos del padre Juan de Ugarte en la misión de San Javier. En este sustancioso capítulo se resumen e ilustran, encarnados en el célebre misionero, los rasgos de un educador ejemplar. En un espíritu y con métodos que recuerdan el De catechizandis rudibus de San Agustín (1946:37, 41) o —de manera más inmediata al contexto— el De procuranda indorum salute de José de Acosta ([1588] 1984-87, 1:146-156, 2:26-28, 80, 128-134, 152-166, 286, 290, 296-298), el padre Ugarte supo echar mano de aquellos recursos que caracterizan al buen pedagogo: adaptación a la capacidad y condición del discípulo, repetición paciente, comprensión, enseñanza por el ejemplo. Enseñó a los indios a construir y a irrigar la árida tierra californiana, haciendo

no sólo de arquitecto, sino de albañil, de carpintero y de todo […]. Era el primero en llevar y labrar las piedras y la madera, en pisar el lodo, en cavar la tierra y en ordenar los materiales. […] Ya se le veía con el hacha en la mano quitando los matorrales, ya con el pico rompiendo las piedras, ya con la coa labrando la tierra (Clavijero, [1789] 1986:120).

Entendiendo que los indios valoraban ante todo la valentía y la fuerza física, se hizo respetar a sí mismo y a la doctrina que enseñaba desplegando ante ellos su valor y pujanza. Alternaba prudentemente el rigor y la suavidad. No se desalentó ante la incomprensión y la aparente falta de capacidad de los indígenas para entender las enseñanzas más elementales (Clavijero, [1789] 1986:120-22). Al cabo, sus esfuerzos se vieron recompensados en frutos espirituales, pero también en la superación de la condición de barbarie que originalmente afectaba a los indios:

Aquellos neófitos cazadores se convirtieron en agricultores y artesanos muy bien instruidos en la religión, morigerados y laboriosos; aquellas llanuras absolutamente incultas y aquellas colinas llenas de matorrales y piedras, se convirtieron en campos bien cultivados, donde se sembró trigo, maíz y varias especies de hortalizas y legumbres y en donde plantó una viña, la primera que hubo en la península, y varias clases de árboles frutales (122).

Adicionalmente, el padre Ugarte importó ovejas y construyó ruecas, telares y los demás instrumentos de la industria textil, contratando a un tejedor de Nueva Galicia para que instruyera a los indios y perfeccionara la manufactura de telas (Clavijero, [1789] 1986:123).

Todo ello debe entenderse a la luz de la noción de barbarie que asume Clavijero, una de cuyas notas características es, como hemos visto, la ignorancia de las artes o técnicas necesarias a la vida civil.[11] La superación de la barbarie implica, por tanto, el aprendizaje de estas artes. De ahí la alabanza de Clavijero al empeño del padre Ugarte por la formación técnica de los jóvenes: “a más de instruirlos en la fe y en las buenas costumbres, les enseñaba las artes mecánicas con singular paciencia y dedicación” ([1789] 1986:139-40). Al respecto, resulta relevante la valoración que Clavijero hace de los toltecas como pueblo altamente civilizado, fundándose, principalmente, en su notable desarrollo técnico, que abarcaba no sólo las artes o técnicas necesarias a la vida sino también las ornamentales o contemplativas ([1780] 2003:69).

Al lector actual, las concepciones y valoraciones de Clavijero pueden parecer un tanto ingenuas, eurocéntricas, culturalmente invasivas, o, en el peor de los casos, veladamente imperialistas. Conviene, sin embargo, hacer una aproximación hermenéutica lo más justa posible a los textos clavijerianos. Es verdad que algunas de sus expresiones resultan chocantes, como cuando se admira de que el padre Ugarte, “un caballero […] aplaudido en las escuelas y púlpitos de México, [permaneciera] voluntariamente condenado a conversar treinta años con estúpidos salvajes” (Clavijero, [1789] 1986:120); o cuando considera que los californios “eran del todo bárbaros y salvajes” a causa de su atraso técnico (61); también, cuando alude a las “naciones salvajes y embrutecidas que habitaban la California” y compara su modo de vivir con el de los animales (56); finalmente, cuando refiere que, antes de la llegada de los misioneros, “aquella península [estaba] sepultada […] en la más horrorosa barbarie” (252). Debe tomarse en cuenta, no obstante, que a Clavijero, como a los misioneros cuyas hazañas describe, animaba no tanto la convicción de la propia superioridad —algo así como la idea del white man’s burden—, sino un espíritu evangelizador y cristiano que se basaba en la conciencia de la igualdad y hermandad fundamentales de todos los hombres, más allá de la diversidad de apariencias físicas y de manifestaciones culturales (Beuchot, 1996:238-40). Los californios —dice— “[e]n cuanto a la alma no son distintos de los restantes hijos de Adán” (Clavijero, [1789] 1986:59). De ahí que en su ideario primaran los valores de la comunicación e integración humanas sobre la mera “resistencia cultural”. La cultura, en cuanto lenguaje y en cuanto manifestación de la racionalidad compartida por todos los hombres, es comunicable, adapatable a nuevas circunstancias y, desde luego, mejorable.

No obstante, el carácter de aquellas expresiones, Clavijero claramente reconoce que los californios tenían cultura, como se muestra en la relación que hace de sus costumbres e instituciones, por rudimentarias que estas le parecieran. La vivienda y el vestido, los curiosos hábitos de alimentación, las ingeniosas técnicas de caza y pesca, la religión, las costumbres matrimoniales y las fiestas y diversiones de los indios le merecen una interesante descripción (Clavijero, [1789] 1986:61-77). Por lo demás, Clavijero no parece hacerse eco de las doctrinas ilustradas del “buen salvaje”: considera que las costumbres de los californios pueden y deben ser mejoradas; de hecho, ya lo han sido gracias a la labor de los jesuitas. Su valoración positiva de esta labor es objetiva y bien ponderada en varios aspectos, y no hace falta un especial esfuerzo hermenéutico o de contextualización para comprenderla. Los misioneros evitaron la muerte de niños pequeños gracias a su política de distribución de subsidios a las madres —posible, sin duda, gracias al reforzamiento de la economía operado por los jesuitas— (70)[12] y gestionaron la paz y la reconciliación de grupos enemigos (67, 158). Brindaron ayuda de carácter técnico y material, proporcionando utensilios y ropa de los que carecían —y que apreciaban— los indios (157). Finalmente, protegieron a los indios de la depredación de los pescadores de perlas (158, 255-57).[13]

La crítica de Clavijero a la desfavorable situación de las mujeres indígenas constituye otro aspecto interesante de su valoración de las culturas californianas. Considera que que el sexo femenino se hallaba “envilecido” (Clavijero, [1789] 1986:242). Su rechazo a la opresión general que sufrían las mujeres es inequívoco. Estas, expuestas al repudio caprichoso de sus maridos, procuraban el sustento y ejercían todos los oficios domésticos, “mientras aquéllos se divertían en bailes o en otros ejercicios de su gusto”. En el caso de las naciones polígamas como los pericúes, las mujeres se veían obligadas a competir entre sí para aportar una mayor cantidad de sustento y evitar así la desgracia del repudio (69). Clavijero cita a un misionero que relataba que los varones “yacen en un ocio perpetuo a la sombra de los árboles, y sus mujeres trabajan buscando en los bosques las raíces y frutas silvestres de que se alimentan”. La reforma de las costumbres matrimoniales constituía otro aspecto del proyecto civilizador y educativo de los jesuitas (186).

Conclusión

En todo lo anterior, Clavijero se muestra como un calibrador agudo, competente y matizado de la realidad social americana.[14] Así, aunque recurra con frecuencia al término bárbaro y sus derivados para referirse a los indios —y a veces desarrolle expresamente sus implicaciones, como hemos visto—, no cabe despacharlo sin más como un exponente del prejuicio ilustrado que oponía la “civilización europea” a la “barbarie americana”, al estilo de sus interlocutores del Viejo Continente. La noción de barbarie ejerce en su obra una función específica como instrumento interpretativo de la realidad social, y no meramente como categoría genérica en la cual insertar lo ajeno o extraño. Es cierto que la noción clavijeriana de barbarie conlleva —como siempre conllevó esta noción— una valoración negativa: la barbarie implica una carencia, o, más exactamente, una serie de privaciones —de cultura, de artes y oficios, de vida social, de religiones con sentido humanitario— que han de ser superadas.[15] También es cierto que Clavijero aboga por la transmisión de los valores positivos —técnicos y culturales— de los misioneros. Pero él es consciente de que la superación de la barbarie no exige, estrictamente hablando, la hispanización de los indios. No pretendió que los indios adoptaran meramente un paradigma cultural externo o impuesto, sino que buscó, más bien, su promoción cultural y humana a través de la educación.[16] En este sentido, Clavijero continúa la tradición misionológica y pedagógica hispánica que tuviera como figuras fundacionales a Bartolomé de las Casas y José de Acosta en el siglo XVI, y que constituiría una de las notas distintivas del dominio español en América.[17]

Referencias

Acosta, José de. (1588) 1984-87. De procuranda indorum salute. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas

Agustín, San. 1946. The First catechetical instruction (De Catechizandis Rudibus). Westminster: Newman.

Armani, Alberto. 1982. Ciudad de dios y ciudad del sol. El “Estado” jesuita de los guaraníes (1609-1768). México: Fondo de Cultura Económica.

Beuchot, Mauricio. 1996. Historia de la filosofía en el México colonial. Barcelona: Herder.

Brading, D. A. 1991. The first America: The spanish monarchy, creole patriots, and the liberal state, 1492-1867. Cambridge: Cambridge University Press.

Clavijero, Francisco Javier. (1780) 2003. Historia antigua de México. México: Porrúa.

Clavijero, Francisco Javier. (1789) 1986. Historia de la Antigua o Baja California. México: Universidad Iberoamericana.

Cuevas, Mariano. 2003. Prólogo. En Historia antigua de México, por Francisco Javier Clavijero, pp. ix-xiii. México, Porrúa.

Las Casas, Bartolomé de. (1552) 1998. Apología. Ed. Ángel Losada. Madrid: Alianza.

León, Alonso de. (1649) 2004. Relación y discursos del descubrimiento, población y pacificación de este Nuevo Reino de León; temperamento y calidad de la tierra. En: Historia de Nuevo León con noticias sobre Coahuila, Tejas y Nuevo México por el capitán Alonso de León, un autor anónimo y el general Fernando Sánchez Zamora, editado por Genaro García, pp. 5-101 México: Porrúa.

Mariátegui, José Carlos. (1928) 1986. Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Lima: Amauta.

Martija, Valeria. 2007. Algunas consideraciones sobre el concepto de “bárbaro” en el artículo primero de la Apología de Fray Bartolomé de las Casas. En Historia y destino de la filosofía clásica novohispana, compilado por Sandra Anchondo Pavón, pp. 125-135. México: Los Libros de Homero.

Matsumori, Natsuko. 2005. Civilización y barbarie. Los asuntos de Indias y el pensamiento político moderno (1492-1560). Madrid: Biblioteca Nueva.

Montesquieu, Charles-Louis de Secondat de. (1748) 2013. Del espíritu de las leyes. México: Porrúa.

Ronan, Charles. 1993. Francisco Javier Clavigero, S.J. (1731–1787). Figura de la ilustración mexicana; su vida y obras. Guadalajara: Universidad de Guadalajara.

Sepúlveda, Juan Ginés de. (1545) 1984. Demócrates segundo o de las justas causas de guerra contra los indios. Ed. Ángel Losada. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas; Madrid: Instituto Francisco de Vitoria.

Weber, David. 2005. Bárbaros. Spaniards and their savages in the age of enlightenment. New Haven: Yale University Press.

Zorrilla, Víctor. 2012. Educación, barbarie y ley natural en Bartolomé de las Casas y José de Acosta. Ingenium 6: 87-99.

Notas

[1] Las reducciones guaraníes constituyen un preclaro ejemplo de ello (Armani, 1982:9).
[2] El capitán Alonso de León ([1649] 2004), conquistador del noreste novohispano —por citar otro ejemplo—, recurriría también a la noción de barbarie para describir a los indígenas de esta región en el siglo XVII.
[3] La grafía original es Francisco Xavier Clavigero, que ha sido modernizada diversamente en las ediciones modernas y la bibliografía secundaria. Aquí uso la grafía modernizada de nombre y apellido.
[4] El padre de F. J. Clavijero, Blas Clavijero, fue alcalde mayor en Teziutlán y en Xicayán de la Mixteca.
[5] Puede verse un repaso detallado de las respuestas de Clavijero a Pauw, Buffon, Robertson, Raynal y Gage en Ronan (1993:335-98).
[6] Las misiones constituían, junto con el ejército, la institución tradicional de frontera en el imperio hispánico. De ahí que, además de su interés antropológico, la obra de Clavijero constituya un aporte relevante a la historia del siglo XVIII español.
[7] A diferencia de algunos ilustrados franceses como Montesquieu ([1748] 2013:264), Clavijero no marca una distinción entre bárbaro y salvaje, y usa con preferencia el término bárbaro. Ello puede considerarse un rasgo tradicional de Clavijero (Matsumori 71-72n1).
[8] El término chichimeca, de origen nahua, se usaba para designar genéricamente a los pueblos considerados salvajes que habitaban los confines del reino mexicano. Aquí lo utilizaré como término convencional.
[9] Sobre las razones por las que Clavijero pudo haber disimulado la existencia de riquezas naturales en Baja California, veáse Ronan (1993:436).
[10] “Los [californios] que se han criado en las selvas tienen aquellos vicios e imperfecciones que […] son consiguientes a la vida salvaje; son rudos, muy limitados en sus conocimientos por falta de ideas, perezosos por falta de estímulo” (Clavijero, [1789] 1986:59).
[11] Uso artes no en el sentido moderno de bellas artes, sino en el sentido clásico, más amplio —que todavía asume Clavijero— de técnicas.
[12] Clavijero alude, a veces indirectamente, al mejoramiento material conseguido gracias a la agricultura y la ganadería en la Historia de Baja California ([1789] 1986:139, 250, 252-53). Más recientemente, José Carlos Mariátegui reconocería la capacidad de creación económica de los jesuitas en sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana ([1928] 1986:15, 177).
[13] La valoración global —si cabe hablar en tales términos— de la empresa evangelizadora (no sólo en Baja California) resulta compleja. En ocasiones, las epidemias diezmaron a las poblaciones aborígenes. Aun así, hay que tomar en cuenta que, dadas las circunstancias imperantes en la colonia, la protección de la Iglesia solía ser ventajosa para los indios (Mariátegui, [1928] 1986:172). Para una discusión de estos puntos, véase Ronan (1993:435-36).
[14] Al respecto, véanse los juicios de estudiosos modernos citados en Ronan (1993:434-35).
[15] Sobre la noción de barbarie como privación, véase Martija (2007), donde se estudia este concepto en Bartolomé de las Casas.
[16] Ello consta no sólo en su obra escrita, sino también por el trabajo docente que Clavijero desarrolló en el colegio jesuita de San Gregorio, dedicado a la educación de los indígenas (Beuchot, 1996:231).
[17] Véase Zorrilla (2012:98-99). Por su parte, David Brading considera a Clavijero un eslabón en la tradición intelectual americana que él llama “patriótica” o criolla, como opuesta a la tradición “imperial” europea, basada esta última en la convicción sobre la superioridad técnica, cultural y biológica del Viejo sobre el Nuevo Mundo (Brading, 1991:461). No pretendo desmentir esta valoración, sino echar luz sobre otro aspecto de las motivaciones de Clavijero, más allá del innegable interés patriótico.

Notas de autor

1 Grado: Doctor en Filosofía

Área de especialización: Filosofía española del renacimiento



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